PROFESOR ADOLFO PACHECO
Numas Armando Gil Olivera
Profesor de Filosofía
Universidad del atlántico
Presidente de la Asociación Colombiana de
Filosofía del Derecho y Filosofía Social (ASOFIDES)
Director: Grupo de investigación Cronotopias
mochueloscantores@yahoo.com
www.nago-filocultura.com
La
educación es sin duda el más humano y humanizador de todos los empeños. La
tarea de educar tiene obvios límites y siempre cumple solo partes de sus
mejores - ¡O peores! – propósitos.
“Ser
humano es también un deber” dice Graham Greene. Nacemos humanos, pero eso no
basta: tenemos también que llegar a serlo. Los demás seres vivos nacen ya
siendo, lo que definitivamente son; mientras que los humanos lo más que parece
prudente decir es que nacemos para la humanidad. Hay que nacer para humano,
pero solo llegamos plenamente a serlo cuando los demás nos contagian su
humanidad, a propósito y con nuestra complicidad. La posibilidad de ser humano
solo se realiza efectivamente por medio de los demás, de los semejantes, es
decir de aquellos a los que el niño hará todo lo posible por parecerse. Los
adultos humanos reclaman la atención de sus crías y escenifican ante ellos las
maneras de la humanidad, para que las aprendan.
Jean
Rostand, el filósofo- biólogo francés dice: que la cultura es “lo que el hombre
añade al hombre”, la educación es el acuñamiento efectivo de lo humano allí
donde solo existe como posibilidad.
La
verdadera educación no solo consiste en enseñar a pensar, sino también en
aprender a pensar sobre lo que se piensa. Ese momento reflexivo exige unificar
nuestra pertenencia a una comunidad de criaturas pensantes. La principal
asignatura que se enseñan los hombres unos a otros es en qué consiste ser
hombre. De ahí que cualquier pedagogía que proviniese de una fuente distinta
nos privaría de la lección esencial, la de ver la vida y las cosas con ojos
humanos. Y eso lo hizo Adolfo Pacheco que fue mi profesor. Era la época cuando
el pedagogo pertenecía casi al ámbito interno del hogar y convivía con los adolescentes
– internado-, instruyéndolos en los valores del pueblo, formando su carácter y
velando por el desarrollo de su integridad moral. El maestro Adolfo era un
colaborador que enseñaba la lectura, la aritmética y la preceptiva literaria.
Corría
el año de 1963 y ya Adolfo Pacheco había dejado de ser, “El sol de esperanza”
como lo dice una de sus composiciones. Su carrera profesional la había
abandonado por motivos de quiebra de las empresas del viejo Miguel. Regresó de
la U. Javeriana al Instituto Rodríguez de enseñanza primaria, al lado de
maestros prestigiosos, como José Domingo Rodríguez Castañeda o viejo pepe, jefe
de esa institución.
También
lo acompañaban en la planta docente El profesor investigador Jaime Castellar Ferrer, German
Bustillo Pereira- el profesor Bustillos, Ana Dolores Arieta o Mercedes, -
Alicia Acosta, el Nene Pineda y Fernando Vásquez.
Esos
fueron mis profesores. Ellos nos enseñaron con el método Lancasteriano: “La
letra con sangre entra y la labor con dolor”. La cartilla guía de lecturas era:
Alegría de leer. N° 1, 2, 3, 4 y la gramática Castellana de Jorge Roa. – Todavía
la recuerdo, de color marrón con letras rojas en el fondo; el libro de Historia
y Geografía de los Hermanos Maristas y la aritmética que reparte a iguales.
Unas
veces Adolfo nos dictaba aritmética, que era la materia predilecta que enseñaba
el maestro pepe. Y gramática castellana.
En aritmética
nos enseñó que era una ciencia que repartía iguales y por eso era democrática.
Mientras que las ciencia de los triángulos y cuadrados era dictadora,
impositiva, autoritaria. Uno se tenía que aprender de memoria el teorema de
Pitágoras para aplicarlo. Eso sucedía en las horas de la mañana. En las horas
de la tarde nos enseñaba gramática
castellana; y el alumno que no supiera que era un artículo, un sustantivo, un adjetivo,
un verbo o un adverbio o conjugar los verbos en todos los tiempos se tenía que
arrodillar y se quedaba estudiando en el Instituto hasta que se los aprendiera
con los alumnos internos que Adolfo cuidaba en su turno.
Pero
los sábados era cuando Adolfo nos dictaba la materia más bacana, que no estaba
en el curriculum del Instituto y se llamaba “Preceptiva literaria”. Aquí nos
enseñaba a realizar versos en cuartetos, en décimas y hasta en alejandrinos.
Recuerdo nítidamente como si fuera hoy que nos hablaba de Teófilo el gaitero y
del poeta repentista Toño Fernández, de los zapatos viejos del Tuerto López y de una tal “Camila que era la más bonita
del barrio. Llegaba y tocaba con la aldaba y me recibía con los
brazos abiertos y las piernas cerradas”. Esas clases se acababan muy rápido.
Cuando
salíamos al recreo, el profesor Adolfo Pacheco Anillo era el primero que salía
al patio del instituto, única y exclusivamente a garantoñar a la seño Ana Dolores Arrieta que
dictaba en el primer año. A tararearle
su última composición; a proponerle que se fuera a Cartagena a pasar luna de
miel en el hotel Caribe; que la pasearía en coche para conocer la Costa. Ella
es Mercedes – todavía vive en un barrio
popular de Cartagena- era bajita de estatura, con grandes pechos y caderas
anchas; con unas piernas bien torneadas que parecían tacos de jugar billar. O
como decía el profesor Bustillo era una “chiquitona provocativa”. A ella, mi profesor Adolfo le dedicó tres
composiciones imborrables en la memoria de los habitantes de María la Alta:
Mercedes, el Mochuelo y Sin compromiso.
Hace
como tres años, en el marco del Festival de la Hamaca Grande en Cartagena de
Indias, la visité para una entrevista en un barrio popular. Me recibió con ese
mismo cariño que brindan esos seres maravillosos que le ayudaron a uno a
moldear su carácter.
La
encontré con sus piernas torneadas arropadas por faldas largas, escondiéndose
detrás de un mostrador. Tenía una tiendecita donde vende al menudeo objetos y
alimentos de uso diario. Me dejó entrar a su sala y empezamos a recordar
situaciones trascendentales del
Instituto Rodríguez y por supuesto hablar del maestro Adolfo Pacheco:
Me
dijo que lo había visto de lejos cantando sus canciones sin que él se percatara
en un parque vecino del barrio donde vive.
Comprendí
Numas – que no lo he olvidado. Que sigue
prendido en mí ser después de tantos años y Cristo me ha ayudado a no ceder, ni
irlo a buscar. Sé que habla bien de mí.
Sabes
una cosa Numas – “Adolfo me llevaba serenatas a mi casa con el compositor y
fotógrafo popular Miguel Manríquez. Me cantaba boleros. Rememoro uno en
especial que se llama Tus ojos. La
primera parte dice así:
Tus
ojos que contemplo con delirio/
Tienen
el mismo brillo de la aurora/
Tienen
la suavidad de la caricia/
Y la
dulce mirada que enamora”…
“Siempre
llegaba como a la 1 de la madrugada a poner la serenata y mi papá José María
Arrieta Lora me decía: Ese hombre canta muy lindo. Me trató de enseñar a tocar
guitarra y cuando los dedos de sus manos se encontraban con los míos, me
electrizaba. Fue una lástima no poder haber aprendido a tocar la guitarra
porque ahora lo hiciera en la Iglesia de Renovación Carismática. Soy escogida
por Cristo como médium que me comunica con el Espíritu Santo para curar a los
niños enfermos, es un don que me dio el Señor.
Sí, estuve
enamorada de Adolfo. Nos veíamos todos los días en el colegio y el domingo
donde una tía llamada Angélica Pacheco y ahí nos calmábamos las ansiedades.
Reconozco que Ado era muy inteligente para el amor. Llegaba, saludaba un ratico
y se iba…también bailé mucho en la caseta Tres esquinas con la compañía de María Castellar. Duraba bailando hasta que se
acababa la fiesta, y nos traían a mi casa los músicos que eran unos señores muy
respetuosos. Nunca hubo ninguna clase de irrespeto.
Recuerdo
que Adolfo “me reclamó con ira el por
qué me había enamorado ahora en esta edad tardía con otro señor, y yo le
riposté:
- Que
sí, y porque la gallina vieja da buen caldo”.
Cuando
ya iba a despedirme; se metió rauda a la tiendecita y cogió una bolsa de chitos
de tamaño grande. Y me la entregó diciéndome: Toma, entrégale esta bolsa de
chitos a Ado y dile que no la comparta con nadie; porque cuando la reciba,
sabrá que está dentro de mí, porque, yo he estado dentro de él.
Al
salir de su casa volteé suavemente el rostro y observé a una mujer pensativa
que regresaba lentamente entre sombra y penumbra hacia su mecedora y comenzó a
escuchar con tristeza y melancolía las
canciones de Adolfo…
La
educación para Adolfo fue un acto de coraje porque no solamente nos enseñó a
pensar sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa y lo más
importante a impulsar al niño a la imaginación creadora de su terruño.
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