lunes, 16 de septiembre de 2013

PONENCIAS: ADOLFO PACHECO, EL POETA DE LOS MONTES DE MARÍA

ADOLFO PACHECO, EL POETA DE LOS MONTES DE MARÍA

Roberto Montes Mathieu
Por los recuerdos de su abuelo sabe que a los cuatro años tarareaba algo de su invención, la puya Mazamorrita cruda, que tenía un estribillo: Mazamorrita cruda/ cruda/ cruda. Era inquieto, hiperactivo, pasaba tocando los tamborcitos que le hacía el abuelo, pero también golpeaba las mesas y los asientos a donde llegara, a todo le sacaba música. En la escuela esto le iba a traer problemas porque en plena clase empezaba a tocar sobre el pupitre y lo que oía era la voz enérgica del profesor ordenando que se arrodillara por interrumpirlo. La pedagogía sancionatoria de entonces, pero eso no lo amilanaba y seguía tocando.

La música estaba en su familia. Un tío, Laureano Antonio Pacheco, tocaba gaita y tambor de gaita. En su casa habia un salón de música, El Gurrufero, donde con frecuencia se presentaba el reconocido acordeonista de la región, José Manuel García, acompañado de bombo, platillo, maracas y redoblantes; también una banda de músicos que al terminar su presentación en las horas de la madrugada, dejaban guardados los instrumentos en el local. Adolfo niño se levantaba temprano a cogerlos y tocaba o hacía que tocaba, no solo los instrumentos de percusión y maracas sino los de viento, lo que llenaba de alegría y divertía a su madre. Este muchacho me va a salir músico, decía entre risas.

Así fue creciendo, al lado y dentro de la música, cerca de figuras como Pacho Rada que visitaba con frecuencia el pueblo, Carlos Araque, Arturo López y una orquesta que el ingenio popular identificaba como La Secante, por la capacidad de  bebedores de sus integrantes que secaban todo el ron que encontraban.

Toño Fernández, el genial y legendario creador de Los Gaiteros de San Jacinto, como José Ríos, el mejor decimero que había, eran cercanos a su casa, a la amistad de su padre Miguel Pacheco, lo que los puso cerca de sus afectos desde sus ojos de niño. Esa amistad con tantos artistas y músicos que vivían o llegan al pueblo se facilitaba porque su padre era dueño de bares y cantinas, tenía picó y  organizaba fiestas. Estaba vinculado al jolgorio y las celebraciones.

Al maestro Andrés Landero lo conoció cuando se asomaba a la adolescencia. A Calixto Ochoa, que llegó en 1953 desde su lejana Valencia de Jesús, cerca de Valledupar, sabía por referencias que había vivido en la región, pero sólo lo conoció después de regresar de Bogotá que Calixto llegó con su conjunto a amenizar el bautizo de una hija de Landero.

San Jacinto, fundada por don Antonio de la Torre y Miranda en 1776, está en medio de los cerros que atraviesa la cordillera, un sitio de fácil acceso, sobre la carretera troncal de occidente que comunica a Cartagena con Sincelejo; región privilegiada para la ganadería y la agricultura, donde ha florecido la industria del tabaco y “su bella artesanía”, uno de sus mayores atractivos. Una ciudad musical por excelencia a la que a la gente le gusta ir a parrandear desde siempre. San Jacinto era como El paso, Villanueva, Ciénaga, un centro musical donde florecían –y florecen aún-- en abundancia las gaitas, bandas, danzas, tambora, acordeón, de todo.

FORMACION LITERARIA

Su madre se interesó mucho en que aprendiera a leer y le enseñó, de manera que cuando entró a la escuela, a segundo elemental, ya conocía la cartilla de cuarto año. Y su padre compraba libros para estimular su lectura y la de los nueve hermanos

Los estudios primarios los realizó interno en su pueblo, había quedado huérfano de madre a los siete años y su padre no se sintió en capacidad de criarlo solo. Ingresó al Instituto Rodríguez, regentado por su propietario  Pepe Rodríguez, normalista de la vieja escuela que ejercía una pedagogía férrea donde la autoridad se imponía por encima de toda consideración, con métodos de castigo físico. Ahí solo leía lo que tenía que ver con los programas escolares, de los cuales no se apartaban. El deporte era considerado un distractivo que atentaba contra la educación, así como todas las manifestaciones artísticas. La música, por ejemplo, era reprobada porque solo servía para perderse en el vicio del alcohol.

Al terminar la primaria viajó a Cartagena  a seguir el bachillerato en el Colegio Fernández Baena, un cambio radical, donde encontró centros literarios que incentivaban la lectura y la creación, a los que no vaciló en acercarse por sus inquietudes con las letras. Ya se interesaba por la literatura, escribía versos que recuerda le fluían con facilidad, sobre todo décimas. Tuvo suerte de encontrar un profesor, Alfonso Parra París, que le enseñó la preceptiva literaria, donde aprendió lo que era un verso, una estrofa, un soneto, la sinalefa, el exordio, el discurso, la metáfora, etc, que iban a fortalecer sus conocimientos para escribir poesía y la hizo. Algunas las publicó en los periódicos que sacaban en el colegio, que eran, generalmente, hechos a mano.

En el último año del bachillerato, otro profesor, Pedro P. Vargas, hijo del gramático Vargas Prim, lo puso en contacto con los poetas del parnaso colombiano y la poesía universal, así llegó a conocer a Julio Flórez, José Asunción Silva, Manuel Acuña, Juan de Dios Peza, Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Miguel Hernández, Federico García Lorca, y cuando le entró el virus de la declamación, el soporte fue el Indio Duarte.

A Lope de Vega lo consultó mucho en la biblioteca del colegio y memorizó las poesías más sencillas, especialmente los sonetos. Y a Federico García Lorca, de quien leyó todo, cuya influencia reconoce y se evidencia en algunas de sus composiciones, como en Sabor de gaita. Escribió en esos años bastantes sonetos que se perdieron o el pudor le impide revelarlos.

También en el colegio se despertó su interés por escribir discursos, que le iba a ser de gran utilidad cuando ingresara a la política años después. Adolfo hablaba en todos los actos que se programaran: izar bandera, iniciar las sesiones del centro literario, conmemorar algún acontecimiento social o histórico; lo hacía a pedido de sus compañeros o de los profesores. Leyó entonces a Vargas Vila, que le servía para sus fines, y novelas que hacían parte del pensum oficial.

Ya “bachiller orgullosos del buen Fernández Baena”, la universidad. Otro paso adelante en su formación. Su intención era estudiar licenciatura en matemáticas en la Universidad Pedagógica de Tunja, a donde viajaban todos los estudiantes costeños, pero a su padre no le agradó la idea. En realidad la capacidad económica de la familia estaba mermada y Adolfo no lo sabía ni el padre lo había manifestado, no queriendo, tal vez, frustrar de un tajo las ilusiones del hijo. Ajeno a esa situación se presentó en la Universidad de Cartagena, ocupó el puesto 21 para escoger 45 estudiantes, pero un decreto vigente del general Rojas Pinilla lo dejó por fuera por la prioridad que tenían quienes prestaban el servicio militar, que entraban automáticamente sin necesidad de exámenes.

Sus deseos de estudiar eran grandes, decidió que Bogotá era el sitio y viajó sin imaginar las consecuencias y sin consultar con el padre. Allá se inscribió como asistente en la Universidad La Gran Colombia, pero después se pasó para una más costosa, La Universidad Javeriana, cuando debió hacerlo para la Nacional. Su padre no le dijo nada, sólo una vez terminado el primer semestre la realidad le cayó encima como un alúd de piedras con la dura noticia del fracaso y ruina en los negocios.

De vuelta a San Jacinto en 1960 con el pesado fardo de lo que consideraba una frustración, se dedicó a la bebida; pero necesitando sobrevivir, en 1961 decidió vincularse al Instituto Rodríguez, donde había estudiado la primaria, como profesor, de manera intermitente, pues dictaba clases un tiempo y se retiraba para volver nuevamente, salir otra vez y volver. Hasta el año de 1969 que empezó a recuperarse de su situación anímica y material, y de manera más sería asumió como profesor de matemáticas en el colegio Pío XII de bachillerato femenino,  donde permaneció hasta 1972.

LA GUITARRA

De niño aprendió a tocar violina; pero desde su adolescencia se interesó en la guitarra, que aprendió a charrasquear con la orientación de un guitarrista del pueblo, Arturo López, que sabía muy poco, más bien nota de tiple, pero suficiente para poder hacer parte del conjunto institucional que tenían en el colegio, con Pedro García, un amigo de Turbana que ya murió, que tocaba muy bien la violina. Adolfo lo reemplazó, y a su vez él fue reemplazado por César Corena y este por Dolcey Gutiérrez. Era un grupo que se renovaba cada año con los estudiantes que llegaban.

Estando en Bogotá recibió clases de guitarra con un profesor de apellido Cuellar, que le enseñó con metodología; interrumpió los estudios por el precipitado regreso a San Jacinto. Aquí siguió con la guitarra y viajaba a la vecina San Juan Nepomuceno donde formó parte de un trío con José Linares, integrante de Los Isleños, y Hernando Barrios, destacado cantante, guitarrista y bajista. Adolfo tocaba las maracas y ocasionalmente la guitarra. Fue efímero.

Con su amigo Miguel Manrique, organizó otro grupo sólo para poner serenatas. Y con Nelson Díaz, que tocaba saxofón, formó otro tocando las timbaletas, con el que se rebuscaban los fines de semana, mientras seguía vinculado al colegio.

EL POLITICO

En 1957 el entonces presidente Gustavo Rojas Pinilla renunció a la presidencia de la República, presionado por un levantamiento cívico que se extendió por todo el país. El 10 de mayo todos los estudiantes se sumaron a la causa y salieron a la calle. Adolfo Pacheco estuvo entre ellos, aunque era estudiante de un colegio privado. Ese movimiento cívico se creció y por lo menos una parte del mismo fue el gérmen de un grupo revolucionario estudiantil que hizo presencia en todo el país, que iba a alimentar el Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, de Alfonso López Michelsen. En Bogotá, Adolfo Pacheco ingresó al naciente movimiento y participó en muchas protestas que en más de una ocasión enfrentó a la policía. De vuelta a San Jacinto se acercó a un grupo de políticos liberales, e hizo parte de una cooperativa del MRL que había en el municipio. Cuando su padre, reconocido conservador, se enteró por sus amigos de que Adolfo le había salido liberal, no quiso creerlo y se afectó  anímicamente. Aquello constituía una afrenta a la tradición familiar y a las amistades políticas. Adolfo se convertía en la oveja negra de la familia. Su padre lo llamó y le mostró el error en que estaba incurriendo y que eso no podía ser, que dañaba la familia y las amistades. Ante esta situación aceptó volver a la tradición familiar cuando vio a su padre apesadumbrado, pero pidió como muestra de conversión que lo llevaran al concejo municipal. Lo incluyeron en la lista como suplente y se involucró así en la política partidista. Se alejó de los otros amigos y concluyó que toda política era la misma cosa, fue cuando lo nombraron jefe del archivo de la contraloría municipal. Afortunadamente seguía en la música.

EL COMPOSITOR

Tenía trece años de edad cuando compuso un paseo-porro que tituló El doctor Luján, su primera creación que nunca ha grabado y que hoy dice que le parece un villancico.
Para el doctor Luján/ dedicamos este paseo./ En el día de su cumpleaños/ que se cumpla ese deseo/ de que viva muchos años (bis)/ También tercero C / en unión de los tres centros/ lo venimos a elogiar/ porque es hombre de talento/ que nos ha sabido guiar (bis)/ A él dedico esta linda canción/ que ha sido motivo/ de mi inspiración./
Pacho Galán estaba pegado con su nuevo ritmo cuando, influido por él, compuso un merecumbé instrumental que debía grabar Pello Torres con Los Diablos del Ritmo. Emilio Fortou, propietario de Discos Tropical, se lo presentó al director artístico de la disquera pero lamentablemente ya el repertorio estaba copado. De manera que se quedó en el olvido.

También en el Fernández Baena compuso el paseo Tristeza, que grabó Andrés Landero en ritmo de jalaito como de su autoría, pero no lo registró por lo que Adolfo lo recuperó posteriormente. En el tiempo que estuvo en Bogotá no compuso mucho, sólo el paseo Julia y unas décimas de su niñez que retomaría más tarde.

Al regresar a San Jacinto se le despertó verdaderamente el genio musical. Disponía de todo el tiempo del mundo. Aprovechando lo que Ovidio llamó el ocio creador, se dedicó entonces a componer, beber, buscar música, alternar con Toño Fernández, Pacho Rada, Andrés Landero, y cuanto músico se asomara por sus lares. Fue la época más prolífica, 1960-1970, que compuso obras inmortales como El mochuelo, Sabor de gaita, El cordobés, El viejo Miguel y muchas más. Seguía leyendo poesía, siempre lo ha hecho, pero ya no la escribía, porque no le gustaba la poesía sin rima y sin métrica, para él no tiene gracia esa forma de escribir y le resultaba difícil hacerlo sin observar esas reglas. El problema para él es buscar la rima, y pensó que lo que iba a aportar al lenguaje poético lo hacía con canciones, que son verdadera poesía.

EL CANTANTE

También en el bachillerato cantaba y tocaba guacharaca. El Colegio Fernández Baena, fue la fuente de su formación como compositor, cantante, intérprete de varios instrumentos, lector de poesía y de preceptiva y escritor de discursos. En la década siguiente, apertrechado con esta formación iniciaría su vida de artista profesional.

En 1963 grabó con Humberto Montes en el acordeón, seis números, cinco de su autoría, en 78 rpm: El aromo, El cordobés, Sabor de gaita, La coleta y___ en Discos Tropical. Con Andrés Landero, en Discos Fuentes, en 1964 grabó Le cogí la caña, Cumbia navideña, El brujo de Paraco, Paisaje Típico y  Mulata.

De Bogotá, donde vivía, regresó a San Jacinto el acordeonero y compositor Ramón Vargas; Adolfo decidió organizar con él un conjunto para parrandas. Ramón fue el primero que grabó El viejo Miguel, lo cantó Naser Shir, de San Juan, que con José Linares tenían un conjunto que se llamaba Los Reyes del Vallenato.

En 1969 Adolfo asistió a una fiesta de cumpleaños de Alfredo Gutiérrez. Se presentó con Ramón Vargas que era entonces arreglista de los acordeones de Alfredo. Ahí estaban Toño Fernández, Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez, Andrés Landero, Calixto Ochoa y otros más. Músicos que llegaban y salían durante los varios días que duró la celebración, de los cuales Adolfo sólo resistió tres. Acompañado por Ramón Vargas cantó sus canciones. A Alfredo le llamó la atención, se interesó y como trabajaba con Codiscos le propuso que se presentara para grabar. Tenía en ese momento 36 composiciones inéditas. Grabó un elepé donde incluyó algunas de sus obras, pues Alfredo le dijo que no era conveniente que grabara todas las que tenía y le diera cabida a otros compositores. Fue un éxito tan grande que quedó consagrado como compositor y cantante. Esa unión duró de 1970 hasta 1974 que se acabó por una serie de circunstancias, como el estar Adolfo muy metido en la política, que coincidió con la época en que se enamoró de Lady Anillo - con quien se casaría -, que ocupaban todo su tiempo. También porque decidió estudiar derecho y ser abogado como ella. No podía, en consecuencia, atender como era debido la música.

Siendo diputado en la Asamblea Departamental de Bolívar, de 1972 a 1976,  se dio cuenta que necesitaba una profesión académica. Los amigos le aconsejaron que no debía pensar en la ingeniería porque su vocación era otra, le gustaba cantar, escribir en los periódicos, discutir en los foros políticos y reuniones, por lo que le aconsejaron que lo de él era el derecho. Con el estímulo de la esposa optó por esos estudios. Consiguió una sinecura para financiarse, lo que no se le dificultó por sus contactos políticos, y entró a la facultad de derecho de la Universidad de Cartagena. Estudió de 1976 a 1980. Se graduó en 1983 con una tesis sobre el derecho de autor que fue  la primera que se presentó en Cartagena, declarada meritoria.

Ramón Vargas seguía como reparador de acordeones de Alfredo Gutiérrez, cuando le exigió a la disquera que le pagara más por las grabaciones esta no aceptó. Era una época en que el cantante ya había adquirido mayor estatus que el acordeonero, lo que precipitó la separación . Adolfo, que seguía con Codiscos vinculado por un contrato de exclusividad, debió buscar quien lo acompañara. Habló con Eliécer Ochoa, pero no concretaron nada porque le pareció muy pobre de espíritu y sin visión, sin duda habría pegado con Adolfo que sonaba y vendía bien. Siguió buscando y encontró a Rodrigo Rodríguez, un acordeonero de San Jacinto, con quien grabó un elepé titulado El sanjacintero Adolfo Pacheco y sus vallenatos. Después otro larga duración con Anaximedes Mario, Talento sabanero.

Liberado de la exclusividad, Adolfo Pacheco volvió a grabar con su compadre Ramón en 1984, y antes en 1979 con Felipe Paternina: La diferencia. En 1983 con La Sonora Vallenata. En 1996: Dos maestros y el compadre Ramón, y en el 2001, Juglares.

Sólo a partir del tercer disco que grabó con Ramón Vargas en 1972, Adolfo empezó a hacer presentaciones en público. Las que continuó con Anaxímedes Mario. Con Rodrigo Rodríguez no hizo ninguna.


LA HAMACA

Con la llegada de Gabriel García Márquez a Cartagena a un festival de cine, en 1967, después de haber publicado su novela Cien años de Soledad, se organizó en Aracataca un encuentro de acordeoneros, un festival de acordeones –no se dijo vallenato-, al que fueron invitados Ramón Vargas y Adolfo Pacheco. Adolfo no pudo asistir. Gabo habló de lo que era el vallenato. Con eso que escuchó Ramón regresó a San Jacinto hablando que lo del acordeón venía de los vallenatos. Adolfo dedujo que si eso de los vallenatos era como lo de Luis Enrique Martínez, pues todos tenían una manera diferente de tocar como se tocaba en San Jacinto y sus alrededores, y empezaron a discutir.

Una vez en el bautizo de una de sus hijas reanudaron la discusión, Adolfo, por decir algo, con cierta ironía le cantó: Compadre Ramón, no le estoy diciendo que yo le compongo vallenato y son. A Ramón le llamó la atención la frase y el tono burlesco, y le dijo:

--Compadre, ¿y eso qué es?
--No sé, se me ocurrió.
--¿Le salió así, así?
--Si compadre.
--No, eso es una canción.

Ramón,  recuerda Adolfo, tenía oreja de lince, estaba pendiente de lo que tuviera que ver con la música. Y aquello resultó sin proponérselo el principio de lo que sería La hamaca grande.

Una vez en una reunión para desagraviar a Landero que no había ganado el festival, continuó la discusión sobre lo mismo.

--Compadre—dijo Landero--, eso del festival vallenato no es como nosotros nos lo imaginamos. Ellos no creen que uno toca como ellos, por eso no gané y porque me pusieron a tocar una puya, con Colacho, aunque yo la toqué mejor.

--Lo que pasa—dijo Adolfo—es que esa gente no sabe lo que tenemos acá.

Pero tampoco sabía Pacheco. No conocía las divisiones que a alguien se le ocurrió hacer de las clases de vallenatos, de escuelas, que resultan arbitrarias y contradictorias porque a la vez que determina algunas regiones o clases como vallenatos, las niega.

A raíz de todo esto, Adolfo Pacheco compuso en 1969 La hamaca grande que grabó Landero en 1970. En el mes de abril la llevó al festival de Valledupar con el propósito de ponerla a concursar, pero ni él ni Landero sabían que tenían que inscribirla previamente. Landero subió a la tarima y la interpretó y, obviamente, no fue tenida en cuenta por el jurado.

La primera impresión que tuvo Consuelo Araujo Noguera cuando la oyó fue que se trataba de un vainazo para la gente de Valledupar, e invitó a Pacheco a su casa y le pidió explicaciones del por qué había hecho esa canción, que si era una pulla contra ellos. Él le dijo que no, que era una ironía, porque tenía la sensación de que ellos en el Valler de Upar no sabían qué folclor tenían en San Jacinto, y que tenían que ir allá para que vieran que eso era otra cosa. Que ellos tocaban paseos casi parecidos a los de Valledupar, merengues y también cumbias y fandangos.

Consuelo escuchó y hasta le tomó fotografía y lo incluyó en la obra Vallenatología, porque creía que él era del Magdalena o de ahí cerca.

--¿De dónde eres tú?—le preguntó.
--Yo soy de San Jacinto—dijo Adolfo.
--¿De Bolívar?

Quedó sorprendida. A ella le gustaba mucho El viejo Miguel. Sabía que se la ponía a tocar a Colacho y cantaba algunos versos.


Compadre Ramón, compadre Ramón/ le hago la visita pa que me acepte la invitación/ Quiero con afecto llevar al Valle en cofre de plata/ una bella serenata/ con música de acordeón/ con notas y con folclor / de la tierra de la hamaca.// Acompáñeme, acompáñeme/ Un collar de cumbias sanjacinteras llevo en mi canto/ con Andrés Landero y un viejo son de Antonio Fernández/ y llevo una hamaca grande/ más grande que el Cerro de Maco/ pa que el pueblo vallenato/ meciéndose en ella cante// Y conseguiré, y conseguiré/ a un indio faroto y su vieja gaita que solo cuenta/ historias sagradas que antepasado recuerdo esconde/ pa que hermosamente toque/ y se diga cuando venga/ que también tiene leyenda/ cual la de Francisco El hombre./
SUS CANCIONES

Escribir la historia de la vida de Adolfo Pacheco a través de sus canciones resulta fácil y gratificante. Todas ellas encierran algo de él, unas más que otras. Empezaría por Mi niñez, Sol de esperanza, El profesor, El viejo Miguel y todas las que celebran sus amores, como El mochuelo, Mercedes, El tropezón, Oye, El desahuciado, Tu cabellera, y tantas más. Así como aquellas en que agradece o canta al folclor, como es el caso de El pergamino.

Es gratificante por el deleite que causa al oyente —y a quien las memorice o repita—por la melodía y su factura poética. En cualquier antología de la poesía colombiana podían figurar algunas de sus canciones sin desmerecer—en algunos casos con más calidad—de la posia escrita. En todas se evidencia su formación literaria y una cuidadosa elaboración. 



Mi niñez tuvo su origen en unas décimas que después organizó; en ella, con la precisión de un sonetista cuenta su vida desde el nacimiento hasta que se graduó de bachiller. Son  18 años bellamente resumidos:


Según cuentan los anales/ historia que aprendí / en agosto recibí/ las caricias maternales / Para quitarme los males/ del pecado original/  Nando Pereira triunfal/ y Alicia Anillo con celo/ a la iglesia de mi pueblo/ me fueron a bautizar (bis) / Dice en sellado papel (bis)/ “Yo, reverendo Trujillo,/ bauticé a un Pacheco Anillo/ de nombre Adolfo Rafael”./ Como párroco doy fé/ número y folio dan cuenta / renglón seguido comenta/ que nació en hogar cristiano/ 8 de agosto del año 1940 (bis)/ Vino el kinder y el primero/ mis dos primeras etapas/ Niña Esi y la seño Nata/ me enseñaron con esmero/ Una catástrofe, luego,/ empañó el hogar sagrado/ debido a eso me internaron/ a donde Pepe Rodríguez/ donde mejor se consigue/ ser un niño aprovechado./ Y 12 agostos tenía/ era un robusto muchacho:/ Harás el bachillerato/ mi padre feliz decía/ Pasé donde Alberto Elías/ a la heroica Cartagena / Seis años de estudio y pena/ hasta el año cincuenta y ocho / Soy bachiller orgulloso/ del buen Fernández Baena,/
 Sol de esperanza la hizo cuando supo que no podía continuar estudiando. Es un canto al fracaso que lo embargó en ese momento que creyó que el mundo se le derrumbaba. También se conoce como El diputado:
Cuando salí del pueblo yo era aquí un sol de esperanza / pero vino el desastre del 60 en Bogotá / ya no puedo girarte ya se me acabó la plata / tienes que regresarte no más universidad // Y me fui de la casa / cerca de mi papá / asi fue que seis años nada más / trabajé con Pepe y la seño Nata // Y como consecuencia vino la parranda, el ron / las mujeres, en fin todo un hombre fracasasado / Pero llegó una musa y me dejó su inspiración / las notas musicales mitigaron mi guayabo / gracias al acordeón / ya estoy recuperado / y también a un suceso inesperado / una joven que incendió mi corazón // Tienes que progresar dije, a buscar relaciones / esto de bachiller no sirve para el trabajo / Como las conseguí haciendo buenas canciones / con popularidad en política me hallo // Chismes y decepciones / calumnias y halagos / conseguí porque soy un diputado / que defiende con derecho sus acciones / y no importa que a mí me hayan ultrajado / votaré en futuras elecciones. /
El profesor se la dedicó a su amigo de infancia José Domingo Rodríguez, hijo del dueño del colegio donde estudió interno la primaria.

Te mando distinguido profesor/ uno de mis retoños predilectos/ para que tú, como maestro/ de los mejores saques el mejor/ Yo que ahí terminé mi elemental puedo decir/ que como salga sabe/ pues sé que por tus venas corre/ la sangra de su padre/ aquel que te guía y te persigue donde vas/ que fue Pepe Rodríguez// Te acuerdas del friolento Bogotá/ aquel año sesenta por ventura/ jalabas tú arquitectura/ y yo la matemática no más/ Toda la esperanza de ser un profesional/ se la llevó el destino/ Así tu cambio resultó/ porque tú educas unos niños/ y yo trabajo resignado y feliz/ en este pueblo mío// Amigo de la infancia de jugá/ de sana juventud, José Domingo/ hoy tienes tú hermosos niños/ y una mujer de fama en el hogar/ Es muy placentero y para mí sentimental/ cuando a tu casa llego/ porque recordamos los tiempos de ayer/ de juego y de colegio/ Y a ver la ahijada/ que entre todas es la más preciosa que yo tengo/
 El viejo Miguel es la más triste de sus composiciones, se refiere al fracaso de su padre en los negocios, la evocación de algunos recuerdos y la partida para Barranquilla dejando atrás el pueblo. El fracaso se puso en evidencia en 1960. Él venía mal desde antes que empezó a llevar una vida desorganizada, se llenó de hijos con varias mujeres y no tomó correctivos cuando las cosas empezaron a marchar mal. Los problemas se fueron acumulando como una bola de nieve que iba creciendo. Para unos carnavales contrajo una serie de obligaciones para atender sus negocios, y por la pelea que hubo el primer día con saldo de un muerto fueron suspendidos. Quedó con una gran deuda que lo llevó a la ruina. Todo lo perdió.

En la canción menciona a los amigos del papá: Francisco “Paco” Lara, Luis Felipe Sánchez, Roger Castellar, Heriberto y Pello Morales. El Gurrufero era un salón de bailes que después se convirtió en salón de billar. El perro de Petrona, porro de Pacho Saumet, le gustaba mucho al papá. En las fiestas se lo pedía a la banda y esta lo tocaba cuantas veces pudieran porque sabían que por cada toque le daba sus botellas de ron. Parte de la letra dice:

 Petrona tenía un perrito bonito/ pero guartinajero/ Le ofrecieron 200 vacas/ 40 puercos y un gran potrero. /

San Andrés, que también menciona en el merengue, era una fiesta que se realizaba en un barrio en San Jacinto.

Buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad/ el viejo Miguel del pueblo se fue muy decepcionado/ Yo me desespero y me da dolor porque en la ciudad/ tiene otro destino y tiene su mal para el provinciano/ Le queda el recuerdo perenne de una amistad/ que labró en la tierra querida de sus paisanos (bis)// A mi pueblo no lo llegó a cambiar ni por un imperio/ yo vivo mejor llevando siempre vida sencilla/ parece que Dios con el dedo oculto de su misterio/ señalando viene por el camino de la partida/ Primero se fue la vieja pa el cementerio/ ahora se va usted solito pa' Barranquilla// Se perdió el dinero se acabó todo hasta El Gurrufero/ el techo seguro como el alero de la paloma/ pero eso no importa porque es mejor empezar de nuevo/ cual la flor silvestre que renovare mejor su aroma/ Todavía le quedan amigos acá en el pueblo/ hasta el forastero pregunta por su persona// Luis Felipe, Roger, Yoli y Pello a mí me emociona/ el tener que darle ahora mi más triste despedida/ Adiós San Andrés tu animador te abandona/ Adiós 16 de Agosto, adiós alegría./

Entre sus canciones más célebres aparecen El mochuelo y Mercedes, compuestas a la misma mujer. La única mujer, dice, que se ha enamorado de él. A las demás le ha tocado enamorarlas; pero cuando le propuso raptarla para que sus padres accedieran a que se casaran, no quiso porque él tenía varios hijos
Me dijo Mercedes/ Me dijo Mercedes/ Me dijo Mercedes soy una persona buena/ Yo que tengo la virtud de conocer a Mercedes/ le dije Mercedes vámonos pa Cartagena// Ado no me voy contigo/ Ado me da mucha pena/ porque tu vida es ajena, Ado/ de tu mujer y tus hijos// Soy un bachiller/ para ti no es nada/ Yo tengo experiencia Mercedes soy profesor/ y por elogiarte por ti soy compositor/ Ya verás Mercedes tienes vida asegurada/ Mucho puedo ser amada/ no me lo sigas diciendo/ no me compro ni me vendo, Ado/ del rancho salgo casada// Te brindo Mercedes la oportunidad/ de pasear en coche la costa del mar Caribe/ La Popa La Boquilla yo te llevó a conocer/ Y para la luna de miel dejamos el Hotel Caribe/ Ayer dijiste te quiero/ hoy me pides que te olvide/ después que matas el tigre, Merce/ le sales huyendo al cuero./
El Mochuelo, también a Mercedes que era profesora en el mismo colegio donde él dictaba clases. En la canción plantea el problema de la libertad y la esclavitud:
En enero Joche se cogió (bis)/ un mochuelo en las montañas de María/ Y me lo regaló/ para la novia mía// Mochuelo pico e maíz/ ojos negros brillantinos/ como mi amor por ti/ entre más viejo más fino (bis)// Ágil vuela busca la ocasión/ de salir de esa cárcel protectora / y bello es el furor no más/ de aquella ave canora// El perdió su libertad/ para darnos alegría/ lo que para su vida es mal/ bien es pa la novia mía/ Es que para el animal/ no hay un Dios que lo bendiga // Tu cantar, tu lírica canción / es nostálgica como la mía/ porque mochuelo soy también/ de mi negra querida// Esclavo negro cantá/ entona tu melodía / canta con seguridad / como anteriormente hacías / cuando tenías libertad/ en los Montes de María//.
A la esposa le ha hecho cerca de 18 canciones, entre ellas El deshauciao, que grabó Nelson Henríquez: 
Me voy de aquí con el dolor del alma/ quiero probar a qué sabe la calma (bis)/ Sé que te alegras si me voy de aquí/ yo no soy santo de tu devoción/ pues se pusieron a decir de mí/ que no era el hombre de tu condición/ Mira que olvidarte puedo/ y ponerle a otra serenata/ porque cuando uno es soltero/ la mujer bonita no le falta (bis)// Quiero cantar con mi guitarra al pecho/ quiero gritar, vivir, tengo derecho (bis)/ Voy a buscar como el viejo Miguel/ el sitio donde halla tranquilidad/ donde consiga la tierna mujer/ que me comprenda con sinceridad/ Y tiene que ser morena, de ojos soñadores muy sencilla/ Si no la hallo en Cartagena de pronto la busco en Barranquilla (bis)/.
El tropezón la hizo después, cuando siendo novios a ella la mandaron para Bogotá para alejarla de él que era un hombre con varios hijos. La familia no era gustosa de esa relación, pero ella no aguantó la separación, regresó y se casaron.
Dijo adiós por la ventanilla del avión/ comprendí, “la distancia destruye la fe”/ y sentí en mi pecho la revolución/ que produjo en mí la decepción/ de un amor que sin amor se fue/ pero la experiencia me enseñó/ que la guerra es guerra en el amor/ y con diplomacia pediré/ en otra embajada, corazón,/ que te asilen por última vez// Voy a ver si después de dar el tropezón/ se me da por levantar el pie/ porque yo todavía tengo la pretensión/ de no ser el hombre del montón/ aunque abuse de mi sencillez// Ahora se me ha dado por rogar/ sé que he cometido un gran error/ pero les voy a garantizar/ que nunca dejaré de imitar/ al Negro Barraza y a Ramón/ y verán en unos años más/ que feliz a mí me encontrarán/en el hogar  que ha sido mi ilusión// 
El pergamino es un agradecimiento al gobernador de Bolívar por un homenaje que le hicieron a Landero, a Toño Fernández y a él, en que resalta la artesanía del pueblo:
Permítame María/ la hamaca que tan bella artesanó/ Alvaro Zubiría/ como homenaje se la brindo yo/ Y representa toda la artesanía/ de un pueblo laborioso señor gobernador/ Tiene el encanto de la policromía/ costeña de mi raza que en ella se bordó/ Duerma en ella dulcemente/ para que nos recuerde siempre (bis)// Feria de artesanía/ San Jacinto a Colombia vino a dar/ Mundo de melodía/ tiene mi tierra en su música un telar/ Pasa la hebra con gracia y armonía/ que Rodrigo Barraza viene dispuesto ya/ a fomentar trabajo y alegría/ en mi pueblo querido que progresando va/ Gracias te damos en el pueblo/ Rodrigo Barraza Salcedo (bis)// Con el mismo cariño/ Toño Fernández, Andrés Landero y yo/ gracias querido amigo/ Dios lo bendiga señor Gobernador/ porque nos da precioso pergamino/ resaltando la nota a una digna labor/ ser folclorista que en el departamento/ sirve con sentimiento y lo llenan de honor/ Marca con este pergamino/ senda de campo florecido (bis)./
Te besé tiene una historia interesante, fue una exigencia de Alfredo Gutiérrez que puso a prueba la capacidad creativa del autor, y que agradece porque redundó en la calidad del disco que estaban grabando. Alfredo le dijo que por qué no componía una canción diferente a todas las que tenía para que rompiera la rutina. En uno de los descansos de los tres días que estuvieron grabando, hizo la canción. ¿Tú tenías esta canción? Le dijo Alfredo. No, respondió, la hice anoche.
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Una síntesis admirable de la historia de los instrumentos y la composición poética de la música de acordeón es Fuente Vallenata, que resalta la integración de razas y culturas reflejadas en la expresión musical:
Como aquel alemán que te forjó/ y te puso en las manos de un pirata (bis)/ Tienes santísimo acordeón/ penas como los de tu raza (bis)/ Y haz recorrido el mundo hecho canción/ mezclado con la sangre vallenata (bis)// El negro lamentando su dolor/ del Africa te trajo compañía (bis)/  puso el lírico tambor, / caja de bellas armonías (bis)/ pero como al sonar te coqueteó/ quedó prendado de tu melodía (bis)// El indio del corozo para ti/ la caña entrecortó sin la esperanza (bis)/ que, fueras a recibir/ el son de la guacharaca (bis)/ Por eso ese instrumento es para mí/ el rey de la parranda vallenata (bis)/ porque los de mi tierra y los de aquí/ conllevan la nobleza de esta raza (bis)// Entonces la belleza musical/ que tiene el vallenato recolecta (bis)/ clase del músico alemán/ ritmo del Africa y tristeza (bis)// Y de esta tierra ardiente y tropical/ la lira castellana de poeta (bis)/.
Todas sus canciones son poesía, resultado de su gran formación literaria que se originó en las aulas del Fernández Baena; pero hay algunas donde es más notoria la influencia de esos poetas que enriquecieron sus lecturas de bachillerato, como la de Federico García Lorca en Sabor de gaita, una de sus más bellas creaciones:
Se oyeron gritos de fiesta/ cuando bailaba Soledad/ Con ese son de tambores/ hizo furor en la ciudad/ Pero mi tierra envidiosa/ de notas tristes volvió a la gaita/ y los corpiños de Rosa/ saltaron todos sobre la falda/ Ella no es negra, es morena/ como son todas las de mi tierra/ Y su cintura semeja/ los remolinos sobre la arena // Cántale Toño Fernández/ al compás del llamador,/ para que sepan que gaita/ es cardón,  son y tambó/ Y suénale esa maraca/ que haga cosquillas sobre su talle/ y se desgaje la esperma/ sobre la rueda que deja el baile/ Sanjacintero recuerda/ los bailes nobles de tus abuelos/ los que bailaron la gaita/ y dejaron huellas sobre tu suelo.// 

LA VIDA

El derecho lo ha ejercido en cargos públicos y litigando en derechos de autor ante Sayco. En San Jacinto abrió oficina y la guerrilla le dijo que ellos arreglaban las cosas allá. Tuvo que cerrarla y vender la finca que tenía y refugiarse en Barranquilla donde vive hace ocho años(4), donde estaban sus hijos. Ha compuesto en ese tiempo cinco o seis canciones. Vive en un 80% de la música, cantando y haciendo presentaciones en fiestas y festivales, asiste como jurado de algún concurso y canta sus canciones acompañándose con la guitarra. Eso le ayuda a sobrevivir mientras le reconocen y pagan la pensión que espera hace cuatro años.

CODA

Adolfo Pacheco, junto con otros compositores, recibió un homenaje que le hizo el Festival de la Leyenda Vallenata en el 2005. sigue componiendo, escribe en los periódicos, dicta conferencias y hace presentaciones con su guitarra y su voz: cantando sus canciones y contando anécdotas de ellas. Es hoy día, una de las figuras más sobresalientes y respetadas de nuestra cultura musical.  

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