domingo, 15 de septiembre de 2013

PONENCIAS: EL VALLENATO: UNA MÚSICA DE MÚLTIPLES FRACTURAS

EL VALLENATO: UNA MÚSICA DE MÚLTIPLES FRACTURAS

Abel Medina Sierra (medinaabelantonio@gmail.com) 
Con el reciente homenaje a Gustavo Gutiérrez Cabello en el marco del 
Festival de la Leyenda Vallenata, leí y escuché varias veces un halago que ya 
me suena muy asendereado: “Partió en dos la música vallenata”.  Se me hizo 
muy familiar porque también lo escuché a saciedad cuando murió Rafael 
Escalona, ya antes con los trágicos decesos de Rafael Orozco, Juancho Rois y 
de Kaleth Morales o la partida de Luis Enrique Martínez.  Si bien todos los 
que les atribuyen a estas figuras el mérito de “haber partido en dos la música 
vallenata” tienen razón, esta es solo parcial. Si hubo rupturas, pero si 
sumamos cada una (y las que faltan), nos damos cuenta que no rompieron en 
dos  sino que es una de múltiples fracturas de  las que ha sufrido esta música 
antes folclórica y actualmente popular y masiva.  

Hagamos una juiciosa cuenta de estas rupturas, unas profundas y otras, más 
discretas. Coincido con el escritor e investigador Emmanuel Pichón Mora que 
la primera y gran ruptura del vallenato está representada con la adopción del 
acordeón. Nada identifica más al vallenato actual  que ese “arrugado” fuelle 
aunque los estudiosos coinciden que esta música antes se interpretaba con 
carrizos, gaitas y otros aerófonos que cedieron  el paso al rey acordeón. 

Si concedemos credibilidad a los testimonios de músicos y estudiosos, una 
segunda ruptura se presenta con Francisco “Chico” Bolaños que para muchos 
definió la estructura del paseo, son, merengue y puya. El estilo del molinero 
serviría como referente para otros acordeoneros como Lorenzo Morales  y 
Emiliano Zuleta Baquero, era imbatible e integral.  Lamentablemente, el 
hecho de haber grabado conspira para una mayor valoración de los aportes 
del más importante músico de la segunda generación del vallenato. 

La otra gran ruptura ocurre  con el paso del sonido acústico (en vivo) al 
acusmático (grabado). Una cosa era el vallenato antes de llegar a los estudios 
de grabación y otro es el que se cocinó allí. La influencia aquí no es tanto de 
los músicos pioneros de las grabaciones como Guillermo Buitrago  y Abel 
Antonio Villa, sino de productores como Antonio “Toño” Fuentes o 
ingenieros de sonido como Gabriel Alzate, Alfonso Abril, Pedro Muriel, Darío 
Valenzuela  o Gabriel Muñoz López. A “Toño” Fuentes se le debe que 
modificó el componente organológico, por sugerencia suya se incorporaron 
bajos, timbales, tumbadoras pues buscaba un sonido que compitiera con el 
de las orquestas del gran Caribe. Entre el metrónomo y las directrices de los 
sonidistas se fue fraguando el sonido que hoy caracteriza al vallenato  y que 
dista mucho del que tenía antes de 1944 (fecha de la primera grabación). 
Es tan relevante  el tránsito hacia loa acusmático, que para el músico y 
musicólogo  Héctor González, autor de la obra más importante  que aborda el 
vallenato desde la musicología (“Vallenato, tradición y comercio, 2007), fue 
el principal referente para que los demás músicos definieran lo que hoy se 
entiende como vallenato. Según esto, antes del disco, cada músico ejecutaba 
e interpretaba a su manera, pero cuando pudo escuchar a Luis Enrique 
Martínez, Alejo Durán o Abel Antonio Villa tomó estos modelos como pauta 
del modo de hacer música y se homogenizaron estos mapas digitales.
       
Otro de los hitos que más se sintió en la estructura de la música del 
Magdalena Grande fue el surgimiento del hatiquero Luis Enrique Martínez. 
Fue el padre del estilo y formato que hoy es hegemónico en los festivales, del 
canon del “vallenato puro”;  inauguró un estilo más melodioso y picado al 
usar las  tres hileras del  teclado, las introducciones con música distinta a la 
lírica, los pases de bajo, las florituras, transporte y puentes entre otros 
aportes que le dieron identidad al género.  

Años después se produce otra fractura, cuando surgen  compositores que no 
eran acordeoneros ni juglares: Tobías Enrique Pumarejo, Rafael Escalona o 
Antonio Gómez, años después, Leandro Díaz. Esto contribuyó a cualificar la 
versificación, el lenguaje y la misma complejidad de preguntas y respuestas 
en la canción. Pichón Mora también sugiere que Escalona  presenta una 
ruptura retórica  pues fue el primer compositor en  pasar a versos de arte 
mayor.  Para esa misma época se produce una nueva ruptura: también 
emergen los  primeros cantantes  que no son acordeoneros siendo los más 
representativos (no los primeros según Julio Oñate Martínez): Isaac “Tijito” 
Carrillo, Armando Zabaleta, Alberto Fernández para  luego salir la gran 
generación de Jorge Oñate, Armando Moscote, Poncho Zuleta y Pedro García 
entre otros. 

Este hito representa una fractura cualitativa  pues hizo que los 
acordeoneros pulieran su arte al especializarse y que el vocalista también 
cualificara el canto vallenato. 
En los años sesenta se produce la ruptura de Gustavo Gutiérrez a la que se 
suma Freddy Molina y   la generación posterior de Rosendo Romero, Rafael 
Manjarrés, Roberto Calderón, Mateo Torres y Fernando Meneses entre otros. 
Se trata del vallenato lírico, el de inspirados versos  poéticos, el de  
conciencia escrita que superó el de la oralidad primaria de sus antecesores. 
Este cambio de conciencia, representa según Pichón  Mora,  la más 
importante ruptura en la composición vallenata pues los nuevos 
compositores tenían contacto con lo urbano, las lecturas de la poesía, ya no 
eran campesinos iletrados sino estudiantes y luego profesionales. Su obra se 
trataba de canciones desgarradas, con cortes y pegues (ejercicio 
composicional),  con influencia musical de la balada y composicional de la 
poesía culta, canciones lírico-descriptivas que desnudan el alma, la 
interioridad y la subjetividad,  que hablan de realidades abstractas y no solo 
de las concretas (ya se refieren a la “tristeza” y no solo al “hombre solo”), 
que  instauran con sus cantos  un romancero con todo un código de galanteo 
y donjuanismo (vallenato para enamorar, dedicar, serenatear y no solo para 
parrandear).       

Desde los años 60´s también emerge la figura de Alfredo Gutiérrez Vital, su 
acordeón alegre y su repertorio diverso marcaron una época para esta 
música. Los aportes de Alfredo serían mucho más en la puesta en escena que 
en lo meramente musical pues a la hora de tocar vallenato, el genio de 
Sabanas de Beltrán era un epígono de Luis Enrique Martínez. Según Roberto 
Montes Mathieu (2012), este acordeonero, compositor y cantante introdujo 
prácticas tan comunes hoy a los grupos vallenatos como los uniformes e hizo 
más complejo el combo musical con nuevos actores: los coristas 
independientes a los demás músicos, el arreglistas, técnicos de acordeones y 
de sonido, animador o presentador.      
A finales de los años 70´s  emerge el Binomio de Oro, protagonista de un 
remezón en el formato del vallenato. Posicionó el vallenato en todo el país, 
pulió el componente vocálico de esta música y sirvió de puente a los 
compositores líricos, se amplió melódicamente el discurso musical del 
acordeón (según el musicólogo Roger Bermúdez, Israel Romero fue el primer 
acordeonero el lograr el cromatismo y el contrapunteo en el vallenato), se 
acentuaron los transportes, puentes, doblajes, los arreglos,  el virtuosismo en 
los interludios y el sentido de “conjunto” en los arreglos (antes cada músico 
se “fajaba” por su lado). Tras la impronta de Romero siguió Juancho Rois, 
Pangue Maestre y años después, Omar Geles. 
Con Diomedes se abre de nuevo una nueva ruptura, nace el “artista”  como 
ídolo, como aquel personaje que alcanza notoriedad nacional. Diomedes 
sentó las bases para que el cantante vallenato se erigiera como figura 
mediática de lo que hoy gozan Silvestre Dangond, Jorge Celedón o Peter 
Manjarrés. Gestos, poses, palabras calculadas y  reiterativas que lo distinguen 
de los demás, contribuyeron a hacer de Diomedes el  primer intérprete 
vallenato asediado por el público tanto que tuvo que contratar 
guardaespaldas, el que  generaba grandes colas el día que su disco salía al 
mercado, el precursor de la caravanas de lanzamiento, el que hizo que su 
cumpleaños y  el día de lanzamiento de nuevas producciones tiñeran de rojo 
festivo cualquier día. Diomedes  es el único músico vallenato al que se 
necesita interpretar no como personaje sino como fenómeno, el intérprete 
que gusta en todos los nichos: el vallenato-guajiro, el sabanero, ribereño, la 
zona andina, santanderes y países como Venezuela.  
  
En los 90’s, Carlos Vives y sus músicos (entre ellos Egidio Cuadrado, Carlos 
Huertas Jr, “El Papa” Pastor, “El Negrito” Rosado)  crearon un formato que es 
lo que hoy se conoce como vallenato urbano o tecnovallenato. Este híbrido 
llevó esta música a la ciudad y a las discotecas y conciertos, internacionalizó 
“La Gota fría” y con ella esta música. Otros intérpretes como Amparo 
Sandino, Los Pelaos, Tulio Zuluaga, Gussi y Beto y  Fonseca han retomado 
este formato que, aunque criticado por puristas, tiene sus cimientos en los 
compases  y la trilogía de acordeón, caja y guacharaca.     
Por último, el movimiento denominado Nueva Ola también tiene su 
protagonismo aunque no se lo quieran reconocer. Crearon un formato 
pródigo en hibridismo, con mayor vértigo, con mucha supremacía de lo 
visual, lo espectacular en la puesta en escena y la teatralidad en el 
perfomance. Kaleth Morales y Silvestre Dangond definieron un nuevo estilo 
de  moverse en el escenario, de interactuar con el  público (no necesitan 
animadores). Esto hizo que  una música que era considerada como de 
adultos, calara en el público juvenil. Hoy miles de jóvenes quieren estar en 
una tarima tocando vallenato con orgullo y eso garantiza la preservación de 
nuestra música: los jóvenes tomaron la bandera del vallenato y eso es 
garantía de perdurabilidad.  

Mi cuenta de fracturas llega hasta ahí, para otros serán menos o más. El 
médico e investigador Álvaro Ibarra Daza sostiene en sus comentarios de 
tertulia  que decir que algún  músico haya partido en dos la música vallenata 
es una exageración pues cada uno solo afectó un componente de la misma 
pero no todo el edificio (Gustavo Gutiérrez y Escalona solo la composición; 
Chico Bolaños, Luis Enrique y la generación de Israel Romero solo el 
acordeón; la de Oñate, Diomedes y Silvestre solo la del canto).  Pero está  
demostrado que pese a los sesgos y miopías del algunos “vallenatólogos”,  e 
son muchos los yesos que ha sufrido la música vallenata, que es un género 
más de rupturas que de continuidades. Pero eso no es malo, cada una de 
estas fracturas ha representado o una cualificación que asegura crecimiento 
como arte  o un ensanchamiento de su ámbito de influencia (la conquista de 
nuevos nichos comerciales).  El vallenato es una música porosa (acepta 
cambios e influencias) y eso es lo que la hace la música más preferida y 
representativa del Colombia según las encuestas de  cultura y de consumo 
cultural. Nuevas fracturas vendrán, nuevos protagonistas harán refacciones 
cosméticas pero el edificio sigue firme.

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