La configuración de nuevos espacios para la escucha musical y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Jorge Nieves Oviedo
Cartagena de Indias, Bolívar, Junio de 2013
El hilo
central de los asuntos que nos proponemos examinar, lo constituye la idea de
que los procesos culturales dependen en buena parte y son afectados por los
cambios técnicos, a nivel de los soportes materiales y de las coordenadas
socioculturales en que se producen, circulan y se reciben. Dicho de modo más
directo, no hay “cultura” que no sea, de
muchas maneras, cultura material. Por
ello, las transformaciones en los procesos de creación, puesta en circulación y
recepción de los “hechos sonoros de carácter musical” han estado marcadas, en
buena medida, por los cambios en los soportes materiales de la música.
Nos
ocuparemos, en líneas generales, de estos asuntos: a) la performatividad de la
música y la lectoescritura musical; b) las complejas relaciones entre el
desarrollo de técnicas de registro sonoro y cambios en la creación, producción,
circulación y recepción de los bienes musicales; c) el surgimiento de la
digitalización de la música, las nuevas tecnologías de grabación y reproducción
y, d) las reconfiguraciones que esto genera en la escucha musical y con ello,
en las relaciones entre músicas e identidades culturales, para arribar a e)
unas preguntas finales.
1. La performatividad de la música y la
lectoescritura musical.
El
carácter performativo de la música ha sido objeto de atención reciente,
diferenciándolo claramente del concepto de performance con el que se han
abordado diferentes experiencias sonoras, especialmente en los últimos decenios
del siglo XX y primero del XXI.
La idea
que queremos referenciar aquí es que la música, en el origen, en principio, es siempre performativa, esto es, sólo
existe cuando se la ejecuta, cuando se la actúa. Por ello,
hacer música, tocar instrumentos y cantar, son acciones secuenciales en el
tiempo pero cuya emisión y recepción son simultáneas.
La
aparición de la lectoescritura musical es tardía, si se la compara con la
invención de la escritura para las lenguas. El sistema que se generalizó en
Occidente a partir de Guido de Arezzo, (siglo XI ddC), es más de 20 siglos
posterior a la invención y generalización de la escritura de las lenguas
(siglos XVIII a XVI adC), como es sabido., lo que ilustra la enorme dificultad
en aprehender mediante un sistema estático−espacial, la escritura, otro sistema
dinámico−temporal, la música.
Citemos
a Ana María Ochoa (2003: 22−23) sobre el papel de la lectoescritura musical y
algunas de sus consecuencias:
El nacimiento de la notación musical fue vital para
el desarrollo de la polifonía en Occidente. La escritura hizo que fuera posible
la creación de formas musicales de larga duración, basadas no necesariamente en
un principio de repetición sino de una tensión tonal, es decir, de una tensión
sonora sostenida armónicamente a través de temporalidades relativamente largas.
La imprenta, posteriormente, jugó un papel crucial en la estructuración de un
mercado masivo de la música sentando las bases de la música burguesa y del
papel del artista en el espacio público capitalista del siglo XVIII y XIX y fue
la base para el surgimiento eventual del folletín como ámbito que medió entre
lo escrito y lo oral de la canción popular.
Si bien
la escritura y la “lectura” (ejecución sonora) de la música dio independencia
al compositor, permitió formas musicales complejas y de duración considerable,
la música siguió siendo performativa, es decir, la partirura no suena, lo que
aunque suene obvio a veces es pasado por alto. Todo ello condicionó que el
control, el poder en los asuntos musicales estuviera, principalmente, en el
creador (compositor) quien a su vez condicionaba al intérprete (coincidiendo
los dos roles muchas veces).
Un
asunto importante es destacar que el valor estético era predominante, que los
posicionamientos socioculturales de la música si bien estaban atrapados en las
complejas relaciones de poder entre artistas y burgueses, el desarrollo de lo
que Peter Wade (2002) llama el capitalismo musical permitió a los compositores
y músico cierto capital simbólico que les garantizaba un espacio de
reconocimiento y con ello, de autonomía.
La
música, entonces, seguía siendo performativa, ejecución musical, circulación y
recepción sucedían en el mismo espacio−tiempo por más que ésta fuera la
interpretación de un “guión” (las partituras) previamente escrito. La
experiencia de escuchar música era única, había que buscarla, ocurría como una
excepción al tiempo cotidiano y, por supuesto, constituía un provilegio que
marcaba distinción social.
2. Las complejas relaciones entre el desarrollo de
técnicas de registro sonoro y cambios en la creación, producción, circulación y
recepción de los bienes musicales.
Las
cosas cambiaron radicalmente con la invención y consolidación de prótesis de
registro del sonido y sus usos musicales, es decir, técnicas para registrar
sonidos y poderlos reproducir después. Cilindros de cera, ruedas dentadas (de
cajitas de música), pianolas, vitrolas, tocadiscos, radiolas, equipos de
sonido; discos de vinilo, de 78 rpm, de 45 rpm, con un corte o pieza musical a
cada lado, y el salto técnico más determinante: el long play o larga duración, 33 rpm y 5 o 6 cortes de cada lado,
dentro de lo más difundido.
Así,
desde los cilindros de cera y la invención del fonógrafo, hacia fines del siglo
XIX hasta el disco de vinilo del siglo XX, los modos de producir, circular y
escuchar la música sufrieron un cambio tan profundo que permitió el desarrollo
de un mercado de la música que ya no estaba centrado en los instrumentos y las
partituras sino en el mercadeo de nuevos productos sonoros, los discos. Citemos
de nuevo a Ana María Ochoa: “El fonógrafo y el gramófono hicieron posible el
registro documental del sonido como tal y sentaron las bases tecnológicas de la
industria musical que ha sido vital en el desarrollo de las músicas populares a
lo largo del siglo XX.” (2003: 23).
La
performatividad constitutiva de la música quedó superada, ya que al ser posible
grabarla y reproducirla en espacios y tiempos diferentes, la escucha se volvió
autónoma, la dependencia de la actuación directa pasó a un segundo plano y los
músicos empezaron a moverse en un mercado en el que la mayor demanda de
ejecución en vivo dependía directamente del mayor éxito en la difusión
radiofónica de la música grabada y el consecuente aumento en la venta de
discos.
También,
y esto es crucial, el desarrollo de la cinta grabable, primero en carrete,
luego en casete, el invento que
multiplicó las prestaciones e inició el jaque al poder y control total de los
productores.
Las
consecuencias más determinantes de estas transformaciones pueden resumirse así:
a. La
música deja de ser sólo performativa para ser reproducible y performativa al
mismo tiempo o, incluso, con retroalimentaciones variadas entre los dos
niveles, creando un efecto de replicación en escena de lo que fue grabado en un
estudio.
b. Se
rompe la copresencia de intérprete y escucha. Creación y grabación ocurren en
un espacio−tiempo distinto al de la recepción.
c. El
poder, el control se desplaza del creador−intérprete al productor, quien se
encarga además de la circulación. Los productos sonoros entran en redes de
mercado que se convierten en reguladoras de las ofertas y demandas de bienes
sonoros de carácter musical.
d. El valor estético se subordina al valor de cambio, a la condición de mercancía del hecho musical grabado.
e. Se
instala una categorización dual: Música Culta o erudita o académica vs música popular (de masas, en el
ámbito primermundista; de masas+populares campesinas+populares urbanas, en
nuestros ámbitos periféricos).
f. Al
mismo tiempo el oyente de música, gracias a la posibilidad de grabar de los
discos a los casetes, inicia la construcción de sus propias colecciones y del
libre intercambio, no controlable totalmente por los amos del mercado. Luego,
se inventa el walkman que inicia la
experiencia de personalización, de individuación de la escucha musical, siendo
este el dispositivo analógico portátil que dinamizó los mercados de la música,
a nivel transnacional.
No
sobra recordar que a pesar de todos estos adelantos, la posibilidad de
apropiación está fuertemente ligada a las condiciones socioeconómicas de los
"oyentes musicales". De modo que no es difícil imaginar que al
principio tener el dispositivo técnico de reproducción musical (radio, radiola,
equipo de sonido, minicomponente, grabadora de casete o walkman) producía
distinción social; pero cuando los reproductores se comercializaron a escala
mayor y los precios estuvieron al alcance de un comprador medio, la distinción
la marcaba tener el dispositivo más avanzado, o de la marca más cotizada, o el
que tenía prestaciones más sofisticadas, etc., como pasa en tantos ámbitos de
las sociedades capitalistas.
3. El surgimiento de la digitalización de la música,
las nuevas tecnologías de grabación y reproducción.
Surge
ahora una nueva transformación que no sólo está modificando profundamente los
modos conocidos de componer, grabar, producir, circular y escuchar música; es
prácticamente toda la experiencia vital en las sociedades contemporáneas la que
está siendo afectada y reconfigurada. Nos referimos al proceso de
digitalización que se extiende cada vez más, desde los proceso contables y
transacciones financieras hasta la medicina, pasando por la fotografía, el
video, el procesamiento de textos y, claro está, el tratamiento de objetos
sonoros de carácter musical.
Por
supuesto que la “era digital” llega y afecta de manera desigual a las distintas
regiones del mundo. Conocidas son las cifras que muestran la desproporción
entre el acceso a redes digitales (internet, telefonía, etc.) en los países
desarrollados frente a la limitada, aunque en crecimiento, participación de los
países y regiones periféricas. Sin
olvidar las desigualdades internas a los países, entre regiones, o entre
ciudades y espacios rurales, etc.
Para el
caso de la música, y en lo que los procesos de digitalización afectan los
procesos de creación, producción y reproducción de la música, citemos en
extenso a Ana María Ochoa:
Según Timothy Taylor la digitalización “marca el
comienzo de lo que puede ser el cambio más fundamental en la historia de la
música Occidental desde la invención de la notación musical en el siglo IX”.
¿En qué radica la diferencia para él? Todos los inventos anteriores implicaban
el uso de un soporte físico para la transmisión musical: el papel en el caso de
la notación y la imprenta, y los diferentes formatos de que ha hecho uso la
industria fonográfica del siglo XX. Pero con la digitalización, no existe la
necesidad de un soporte físico en la transmisión de la música a distancia. Si
la invención de la notación musical comportó un cambio de la auralidad a la
materialidad de la escritura como garantía de transporte (elemento que se
extendió a otros soportes físicos como los grabados), la invención de la
tecnología digital, connota un intercambio a distancia sin la necesidad de un
soporte material. (2003: 23, 24).
Más allá del importante asunto de que sin la
tecnología apropiada la música digitalizada como toda música grabada no puede
sonar, lo central está en las consecuencias que este cambio ha traído para los
procesos de creación, grabación, producción, difusión y escucha musicales.
Resumamos
algunas de estas consecuencias:
a. Este
desarrollo de procesos de registro digital de sonidos analógicos, ha terminado
abriendo mucho más las distancias espaciales y temporales y el peso específico
de la creación, la grabación, producción y mercadeo, y la recepción de la
música propiamente dichas.
b. La
invención y comercializacion de distintos formatos digitales para la música,
como el Compact Disc (CD), el Digital Versatil Disc (DVD), o los formatos
comprimidos, mp3, mp4, WMA, y afines, han generado que se comprima el tamaño de
los archivos sonoros, se aumente la capacidad de almacenamiento y se facilite
así el intercambio a través de redes digitalizadas, bluetooth, Internet,
dispositivos Wi−Fi y afines.
c. Todo
ello ha permitido que se multipliquen los inventos con música portátil, a
relativo precio medio. Desde las deplorables músicas de espera de los
contestadores automáticos, hasta los iPods ("mil canciones en una
pulgada"), pasando por todas las variedades de reproductores USB, los
teléfonos móviles o celulares, y muchos checheremecos afines.
d. Ello
ha llevado a la omnipresencia de la música en prácticamente todos los ámbitos
de la experiencia contemporánea. Música ambiental en centros médicos,
consultorios, centros comerciales, peluquerías, y afines, y hasta en los
ascensores.
e. Músicas
diversas alimentando el mercado de la radio, de la tv, de la publicidad,
presentes en todo sitio de diversión, en los almacenes, en los vehículos
públicos y privados de transporte, en el vecindario, etc., llegándose muchas
veces a una verdadera saturación sonora.
f. En
consecuencia, la experiencia de escuchar música ya no es única, ya no hay que
buscarla, ya no ocurre como excepción en la vida, ya dejó de ser un privilegio
que marca distinción social. Ahora, la distinción probablemente esté tanto en
la sofisticación de los aparatos reproductores como en el tipo de música que se
elige escuchar.
4. Las nuevas configuraciones en la escucha musical
Es
claro que todas estas dinámicas no afectan solo los modos de la escucha
musical. De hecho, las tecnologías de grabación digitalizada han permitido el
acceso de muchos músicos, grupos, compositores, etc., a la grabación de sus
músicas; el nudo se sitúa en otra parte, en el monopolio de las redes de
distribución. Pero este es un asunto en el que aquí no nos podemos detener
ahora. Más bien nos ocuparemos de mencionar algunos puntos básicos para
comprender cómo se dan las nuevas configuraciones en la escucha musical,
posibilitadas por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Es tal
la omnipresencia de distintas músicas y sonidos en la vida contemporánea que George
Yúdice lo ha llamado, con razón, la inevitable banda sonora que acompaña nuestras
vidas. Al respecto, nos dice:
Las
tecnologías de las últimas tres décadas han incidido en la experiencia de
todos, y no solo en la de los músicos o loos aficionados de este o aquel tipo
de música. Hoy en día se ha ampliado el papel que la música –y la sonoridad en
general− juega en la sociedad debido a la innovación tecnológica y los cambios
en el consumo y la participación cultural. Entre otras cosas, percibimos que la
música –y un sinnúmero de nuevos sonidos sintetizados− es cada vez más ubicua;
casi no hay espacio donde no se oiga música. Desde el acompañamiento musical en
el cine, que data de antes del desarrollo de los talkies, hasta los iPods de
hoy, pasando por la “muzakificación” de ascensores y shoppings y la
incorporación de chips sonoros a las tarjetas de cumpleaños y navidad, o la
música a la que nos someten mientras aguardamos en el teléfono para que nos
atiendan los que prestan servicios al cliente, nuestro paisaje acústico,
asistido tecnológicamente, resuena cada vez más, permeando nuestra experiencia.
Esa
banda sonora puedo en parte, elegirla, configurarla de acuerdo a mis
preferencias musicales. Gracias a los artilugios de reproducción digital de
archivos sonoros y a las redes de intercambio, el escucha puede elegir qué
músicas lo acompañan en sus diferentes experiencias vitales teniendo, en muchos
sentidos, el control de su propia banda sonora.
Veamos
algunas de las consecuencias más notorias de tales procesos:
a. Tal diversificación de las ofertas
musicales, amplía hasta límites insospechados, las opciones en las que el papel
de las músicas locales, regionales o nacionales como aglutinadoras de
identidades culturales, se combina y se mezcla con las imposiciones del
megamercado mundial (3 compañías controlan casi el 90% del mercado de grabaciones
musicales a escala planetaria).
b. Emerge
en los escuchas de música del siglo XXI, un sensorium
que desliza permanentemente las fronteras de los gustos musicales, donde
las lealtades ya no se establecen sólo con las músicas hegemónicas en los discursos
del poder, o con aquellas revestidas con un halo de autenticidad.
c. Estas
lealtades, que se dan y son promovidas tanto por el mercado como por la cultura
oficial, se combinan, se fusionan con músicas de diverso origen y valor
estético para configurar los repertorios personales y grupales de las gentes
según géneros musicales, franjas de edades, ubicación local o regional o
nacional o, aún, según la pertenencia, episódica o duradera, a comunidades y/o
redes sonoras de alcance globalizante.
d. Si bien
los productores mantienen un control hegemónico sobre las grabaciones y su
difusión en las redes de mercado, por el lado de los creadores, están las
opciones de grabaciones en pequeños estudios independientes dotados con potente
tecnología digital y la constitución de redes de intercambio y difusión,
algunas de alcance transnacional, alternativas al gran mercado.
e. Por el
lado de los consumidores, ahora el escucha tiene unas incalculables opciones de
elegir, en medio de muchas ofertas que circulan, aquellas músicas con las
cuales construir sus repertorios sensibles, sus colecciones individuales, la
banda sonora de su vida.
f. Digamos
que el poder y el control está más repartido, en medio de tensiones, conflictos
y luchas entre los diferentes actores donde la performatividad de las músicas
está más en la reproducción que en las propias grabación, produccion y
mercadeo. Esto lleva a la situación curiosa en la que lo que se graba muchas
veces es irreproducible en la performance directa ante públicos; o la también
curiosa situación de los músicos que deben aprenderse lo que se grabó, para
hacer de sus actuaciones en público “reproducciones fieles” de aquello que fue
grabado, haciendo depender muchas veces de esta capacidad para el camuflaje
sonoro, la capacidad para ser aceptados y reconocidos por sus públicos.
5.
Intentando preguntas
En este
intenso, cotidiano, glocal y omnipresente asunto, conviene hacerse unas cuantas
preguntas que puedan orientar y alimentar nuestras investigaciones y debates.
a. ¿Cómo se
están trazando las políticas culturales sobre música en las instituciones
culturales, pero también educativas, públicas y privadas?
b. ¿Se está
incluyendo esta problemática en las agendas investigativas de las universidades
e instituciones de investigación afines?
c. ¿Seguiremos
creyendo que las gentes de hoy están matriculadas únicamente con la escucha de
las músicas que tradicionalmente refuerzan los imaginarios culturales
hegemónicos, dejando las mutaciones que agencian las tecnologías digitales por
fuera de las políticas culturales y de las agendas de investigaciones?
d. ¿Seguiremos
indiferentes a las relaciones complejas de los escuchas con la producción,
circulación y recepción de diversas músicas, sean o no dominantes, sean o no
autentificadas por los discursos tradicionales, sean o no usadas por la gente
para re−construirse incesantemente en sus identidades musicales y culturales?
e. ¿Las
posibilidades tecnológicas que han permitido el surgimiento de grabaciones
independientes, en busca de espacios de expresión y reconocimiento para los
creadores que no se dedican a los géneros dominantes del mercado, seguirán por
fuera de las valoraciones que se hacen de estas músicas?
En fin,
muchas preguntas a la espera de la construcción de respuestas que no sólo nos
permitan comprender los alcances de estos fenómenos aquí presentados en forma
sintética sino, sobre todo, que nos permitan trazar y hacer cumplir políticas
más solidarias con los creadores y productores que se atreven a desafiar al
mercado y a la tradición hegemónica, y de respeto y reconocimiento a los
escuchas que hacen de su experiencia con la música, un espacio de libertad y
afirmación cuyas fuentes están en las músicas de la humanidad y no solo en
aquellas hegemónicas en el mercado o prescritas por discursos de poder.
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