SISTEMA MUSICAL
La realidad social es un entresijo de fuerzas numerosas que se oponen, se equilibran y se renuevan constantemente
Georges Gurvitch
EL SISTEMA Y EL PENSAR SISTEMICO
El psiquiatra José Antonio Garciandía Imaz (2005), en su esfuerzo por ordenar las bases conceptuales de la teoría sistémica , nos recuerda que hay dos formas de mirar las cosas y los fenómenos. De estas dos miradas, se derivan dos maneras de conocer que facilitan dos rutas para comprender y son éstas: la ciencia y la sistémica.
Además, complementa diciendo, desde la perspectiva de Heinz von Foester, que los fundamentos de la sistémica se reducen a tres aspectos:
- La cibernética (hace referencia a la causalidad)
- La hermenéutica (se refiere al lenguaje) y
- El constructivismo (referido a cómo abordamos la realidad). Luego, agrega un cuarto aspecto:
- El pensamiento complejo, tomado desde la perspectiva de Morin, creando así, la tetrapylum.
Según von Foester: “la sistémica es el arte de ver, averiguar y especialmente reconocer conexiones entre las entidades observadas”. En relación con lo anterior, Garciandia, señala:
Acudimos a esta perspectiva porque, en el marco de una relación histórica y aún en el presente, vamos a encontrar que en los horizontes musicales del Caribe colonial, como bien lo señala Antonio García de León Griego (2002), no cabe duda que estamos ante una expresión compartida o frente a restos de un género común, esparcido en un inmenso continente cultural.
“En este punto la ciencia comienza a tener problemas, puesto que no sabe como conocer a través de aquello que une. Cuando deseamos estudiar una entidad conformada por relaciones, la ciencia entra en colapso, falla... Dos maneras de abordar y acceder al conocimiento que no se contraponen sino que son complementarias. Allá donde la ciencia encuentra sus límites es complementada por la sistémica y lo mismo sucede en sentido contrario”.
Al enlazar el abigarrado complejo cultural, hecho de música y literatura cantada, en el gigantesco espacio geopolítico de lo que fueron los reinos de España y Portugal, en el período colonial americano, notaremos la existencia de elementos estructurales, en la música vallenata, compartidos con otras músicas de la región. García de León anota:
“Este Caribe afro-andaluz no vivió solamente de las corrientes marinas, de los aires salados y los vientos huracanados, pues una vez desembarcado y puesto el pie en tierra, en su trabajo de consolidación social desarrolló dentro de la música los géneros “campesinos”, “jibaros” o “guajiros”…son géneros musicales y poéticos cultivados por campesinos, vaqueros y pescadores criollos y afro-mestizos, que para los siglos XVII y XVIII habían constituido nichos culturales muy característicos y fuertemente mestizados según las preferencias de cada región, aunque con peculiaridades muy similares a pesar de las distancias”.Desde otra orilla, Jorge Nieves Oviedo (2008:26) dice:
“Los procesos que se estudian, son particulares en muchos sentidos, en otros hacen parte de tendencias que pueden rastrearse sin dificultad en muchas regiones y países de Latinoamérica”.En la música vallenata, se albergan vestigios de una sintonía a gran distancia entre lenguajes musicales, dotados de tradiciones asociadas (Bermúdez, 2000; Escamilla, 2000; Gonzales, 2000) y de articulaciones sonoras que aún permanecen; pero, cada región ha sabido amoldar sus confluencias y han generado diseños sonoros de belleza única y alcances técnicos de altísimo nivel, sociedades que han sabido construir sus lógicas sonoras según la creatividad de los músicos y las preferencias de cada región. Músicas que son muestra del aforo creativo, asociado a los grandes complejos económicos y uno de los mejores instrumentos para la reconstrucción histórica, cultural y de las identidades. De estas circunstancias, nace la necesidad de una mirada analítica, holística y sistémica.
LOS SISTEMAS
En esencia, los sistemas son nodos de relaciones entre componentes, elementos, partes, localidades, individuos, etc., inscritas en un conjunto complejo que las engloba, les da coherencia y sentido. Según Garciandía, la organización es la condición sine quanon para que un conjunto de relaciones pueda considerarse un sistema. La naturaleza de la actividad integradora se sustenta, según este autor, en tres aspectos:
“El intercambio, la acomodación y la retroacción. El intercambio favorece el trasiego de componentes básicos o bien funciones, la acomodación, la estabilidad de las conexiones y la retroacción la persistencia en las relaciones".Para ampliar esta perspectiva y buscar un mejor análisis del flujo de relaciones de nuestra música popular, considero importante apoyarnos en lo dicho por Edgar Morin y Georges Gurvitch. Morin afirma que, “todo está sumergido en un flujo inevitable de degradación y renovación”, mientras Gurvitch asegura que la realidad social es, “un entresijo de fuerzas numerosas que se oponen, se equilibran y se renuevan constantemente”.
La música vallenata, al incursionar al universo de las grabaciones, incluso desde antes, es un vivo ejemplo de lucha y resistencia. En su trasegar, el vallenato ha estado sometido a una ruta que se debate entre las fuerzas del equilibrio y el desequilibrio, entre la complementariedad y el antagonismo.
Esta música, como todo sistema en su proceso de ajuste, se ha valido de distintas estrategias de acomodación. En su largo proceso de exclusión y aprehensión, ha sucedido que, rasgos rechazados en otrora por novedosos o espurios, con el tiempo, llegan a ser estructurales o clásicos. De esta manera, las sociedades se convierten en fuego purificador. Algunas propuestas, el sistema la cuece a fuego lento, otras se queman y unas terceras no trascienden el nivel de lo coyuntural.
Al respecto, F. Sánchez López (1968), en su texto La Estructura Social, expone:
“Dada la enorme multitud de elementos que integran la realidad social, sería prácticamente imposible estudiar las influencias que cada uno de ellos ejerce en ella misma como conjunto. Por esto, como decíamos anteriormente en relación con el término estructura, es necesario hacer una simplificación. Esta consiste en poner de relieve un número reducido de elementos o conjunto de elementos fundamentales y referir a ellos especialmente estas influencias.
A estas categorías de elementos fundamentales pertenecen los que provisionalmente hemos considerado como estructurales”.
Al construir un concepto científico de estructura social, sugiere Sánchez López, es necesario destacar ciertas propiedades fundamentales de los fenómenos. Este autor plantea una lista de seis aspectos considerados estructurales . De ellos, reseñaremos a los que más favorecen las intenciones argumentativas de la realidad a describir. Bien dice Humberto Maturana, pretendiendo que la realidad es universal y que esa realidad nosotros la hemos aprehendido racionalmente.
Sánchez López considera que un elemento es constitutivo de la estructura cuando es, “relativamente, estable”. En el proceso de relaciones e influencias en la música vallenata, son frecuentes las experimentaciones de intercambios e influencias entre músicos, grupos, intergéneros y géneros. De este intercambio de sonoridades, son muchas las propuestas que se quedan en el nivel de lo episódico, transitorio e imprevisible. Otros intentos se quedan en el ámbito de lo estacionario y unos pasan al nivel de los cambios profundos de la realidad y son los estructurales.
En el sistema de la música vallenata y, seguramente, en los otros sistemas de músicas populares latinoamericanos, los elementos comunes sirven para adscribirla a una herencia común, no para definirla. Estas músicas se definen en sus elementos diferenciadores o particularidades. Incluso, estos elementos diferenciadores son los que nos permiten distinguir al vallenato como un subsistema del sistema de músicas de acordeón en el Caribe Colombiano.
¿En qué ámbitos pueden suceder los diferentes modos de interrelación entre los elementos constitutivos del sistema vallenato?
Para responder el interrogante, es ventajoso pensar cuáles son los elementos constitutivos del género musical. Dentro de estos elementos podrían estar:
- los del orden musicológico (signaturas de medidas, características melódicas, armónicas, rítmicas, etc.);
- los del orden tecnológico (los estudios de grabación, mezclas, ecualizaciones, masterizaciones, etc.,);
- los de orden organológico (acordeón, caja guacharaca, conga, bajo, etc.,) y
- los del orden cultural (lingüísticos, étnico, ambiental, etc.).
Partir de las consideraciones anteriores es fundamental porque exige concentrarnos en aquellos elementos, personajes o estilos que han marcado una senda y han servido de punta de lanza, en la consolidación de este lenguaje.
En síntesis, la reflexión planteada se ciñe, en gran medida, a muchas de las características propias de un sistema como: temporalidad, concepto, emergencias, complementariedad, estructura, organización, tiempo, espacio, antagonismo, etc,. De éstas categorías de análisis, si bien todas nos atañen, sólo haré uso de las que, a criterio personal, son las más indispensables.
Debido a la dificultad implícita en exámenes de esta naturaleza, podemos tomar, como derrotero, las reflexiones de Eduardo Puncet:
“las respuestas a estos interrogantes no suelen ser sencillas, ya que los seres humanos, sus sociedades y las relaciones con su entorno son algunos de los sistemas más complejos que conocemos. Una herramienta para resolver problemas complejos es el reduccionismo: descomponemos un problema grande en partes más pequeñas y asequibles, y así intentamos explicar el todo analizando sus partes”.
REDUCCIONISMO
Para los entendidos
en el análisis sistémico, en todo sistema, hay dos fenómenos cruciales: la morfogénesis
y la morfostasis.
El primer término
está compuesto por dos palabras griegas, morphe
(forma) y génesis (generación), hace
alusión al proceso de conformación y desarrollo de las estructuras de un
sistema, al continuo movimiento del sistema y al cambio permanente.
El segundo está
compuesto por la misma palabra inicial y por stasis (quietud), referido a la capacidad de un sistema para
permanecer estable y mantener su estructura en un ambiente cambiante.
La mirada sistémica
reconoce, en la investigación científica clásica, la necesidad de reducir, a su
mínima expresión, las variables o las circunstancias a las que está sometido el
objeto en observación. Se cree que, cuánto mejor se controlen las variables, el
conocimiento obtenido será más objetivo.
El observador debe
centrarse, también, en los parametros: la
posición del objeto en el espacio y su situación en el tiempo, el contexto de
la ciencia y la influencia del espacio y el tiempo. Las características del
objeto se conducen a dimensiones apropiadas donde se pueda medir, analizar y
descomponer el objeto, en elementos, cada vez, más simples, hasta llegar a los
elementos primeros. Allí, se esconden las propiedades fundamentales y
esenciales del objeto.
¿Cómo asomarse a
este universo? El pensar sistémico considera que las fronteras de un sistema
están sujetas al observador y a ciertas condiciones de observación. Desde esta
posición, se comprenden las diferentes maneras de ver una unidad compleja.
“El límite entre los conceptos no es claro, ni diáfano, está sometido al criterio de un observador. Esta afirmación establece un grado de ambigüedad, incertidumbre y flexibilidad en el abordaje de los sistemas, de difícil conciliación con la habitual certeza con la que la ciencia acostumbra presentar los fenómenos que describe. Entrar en el universo de los sistemas es penetrar en la más inquietante incertidumbre. (garciandia)”
Esta cita
plantea que el límite de los conceptos está sometido al criterio de un
observador. A partir de esta premisa, quiero presentar las delimitaciones del
sistema musical vallenato desde distintas dimensiones.
MIS CRITERIOS
El
vallenato desde lo etimológico. Las apreciaciones que presento están
centradas, en primer lugar, en el uso etimológico de la palabra vallenato.
Iniciar por el concepto es una buena manera de formalizar y delimitar el
sistema y, con esto, me acojo a una de las recomendaciones del pensar sistémico,
expresada a través del siguiente interrogante: ¿Quién determina, delimita y
formaliza el sistema?
Ante este
interrogante, el pensar sistémico responde:
“No
cabe duda de que el sistema es, en principio un concepto y como tal se articula
como una abstracción que sobreviene sobre el mundo de las cosas, desde la
mirada de un observador, de alguien que conceptúa, abstrae, describe e
imagina”.
En la música
vallenata, las determinaciones, delimitaciones y formalizaciones han tenido
distintos actores: músicos, festivales, escritores, medios masivos de
comunicación, etc. En el mundo de los libros, se encuentran dos fechas claves
con respecto al término vallenato: la primera de ellas, 1531, soportada por el
Archivo Histórico Nacional, propuesta por Tomás Dario Gutiérrez Hinojosa
(1992:54) y la segunda 1903, respaldada por la “Nueva Geografía de Colombia” de
Vergara, propuesta por Ciro Quiroz (1982: 16).
De alguna manera,
nuestra intención es buscar una delimitación en el tiempo. Desde esta visión,
la fecha más remota, para el uso del término vallenato, es la soportada por Tomas
Darío Gutiérrez (1531). Hacemos claridad, como lo demuestra este autor, que el
término se usó para referirse a los nativos del Valle de Upar y no para la
música generada, posteriormente.
En cuanto al
tema, Peter Wade (2002: 83) prefiere fundamentarse en lo planteado por Ciro
Quiroz y es de extrañar porque dentro de la bibliografía que soporta su libro, música, raza y nación, se encuentra referenciado
el texto de Gutiérrez Hinojosa. En una de las varias visitas, realizadas a Dr.
Gutiérrez, pude constatar como fuentes confiables de sus argumentaciones, las
copias autenticadas de los originales del Archivo Histórico Nacional. Por tal razón, opto por Gutiérrez, en cuanto al
tiempo de uso del término vallenato. Cabe destacar que, en ninguna de las dos
citas, Quiroz y Gutiérrez, el término vallenato hace referencia a la música.
LO LINGÜISTICO
A
juicio de la musicóloga cubana María Teresa Linares y el reconocido
etnomusicólogo John Blacking, las músicas emergen de los patrones y las formas
concretas de las culturas que la generan. Y el vallenato no es la excepción. De
estas formas concretas, es el canto, el elemento germinal y central en la
mayoría de las músicas forjadas, en distintos puntos del planeta. Generalmente,
se canta como se habla, a menos que estés imitando. De ahí, la importancia de
los giros melódicos del habla cuando se inserta en el canto popular. Blacking concluye:
“Hay
muchos factores no musicales que regulan la estructura de la música, y
cualquier análisis de la música es tanto un análisis de éstos como de los
sonidos musicales que se producen”.
Por
lo anterior y otras razones, el lenguaje es un factor determinante en la
conformación de los universos musicales. La lengua española o castellana es el punto de confluencia de
la mayoría de las músicas populares latinoamericanas.
Esta lengua, al
embarcarse del viejo hacia el Nuevo Mundo, venía con su historia de
intercambios. Al bajar a tierra, se dispersa por puertos, valles, montañas y
llanuras, transformándose y acomodándose a otros procesos de sincretismos. Hoy,
muy a pesar que cada país posee multitud de variantes dialectales, es fácil
reconocer, por la pronunciación, a un argentino de un cubano; a un chileno de
un mexicano; a un peruano de un colombiano, aunque todos hablen español.
Luis Barrera Linares (Cognitiva),
nos recuerda:
“El
lenguaje, por sencillo que parezca puesto que es fácil adquirirlo y utilizarlo,
conlleva un conjunto de complicados mecanismos y una extensa variedad de
correlaciones con el medio ambiente.”
Este código o
raíz común, el lenguaje, es el elemento alrededor del cual, se generaron los
más diversos formatos instrumentales, en toda la región. Así del complejo
proceso de intercambios, brotaron sonoridades que, a manera de modernidades primitivas como los cataloga Florencia Garramuño, se han
consolidado básicos para las identidades
sonoras del mundo.
Como conclusión,
cabe destacar que junto al lenguaje, heredamos, también, las distintas
estructuras del romancero español donde se encuadran los textos cantados:
cuartetas, redondillas, décimas, etc.
EL ROMANCERO
Ramón
Menéndez Pidal, en una tarea que ocupó gran parte de su vida, destaca: “los
romanceros son poemas épico-liricos breves cantados al son de un instrumento. Esta tradición es frecuente en
danzas corales, reuniones sociales o de trabajo; pero, esto no sólo es
exclusivo de España; otros países tienen narraciones épico-liricas muy
análogas: las baladas inglesas y escocesas, las viser de Suecia y Dinamarca,
los cantos de campiña, en Francia, los cantos
narrativos de norte de Italia. En cambio,
España -concluye-
es el país del romancero. (Pidal 2006:11;
Gala Blasco Aparicio 2008:27)
Cada país y pueblo
-al
parecer de Vicente Mendoza- han expresado, en forma más o menos semejante, su
manera de sentir, pensar y reaccionar, recordando, en cantos sencillos, de una
concisión y exactitud asombrosa, los acontecimientos más sentidos de su
imaginación. El romance español es una de las formas musicales más simples y
primitivas que el genio popular de la península produjo e hizo evolucionar durante
varios siglos.
Aurelio
González Pérez (2003), expresa:
El
género romancístico acompañó a los navegantes, misioneros, exploradores,
soldados, funcionarios, campesinos y todo tipo de emigrantes al nuevo mundo
como parte de su acervo cultural tradicional, pues los versos de los romances
reflejaron los valores de su comunidad, además de contener historias
fascinantes y ejemplos de vida desde el mundo de la ficción. Con
el paso del tiempo esta tradición se enraizó y se volvió patrimonio de nuevas
colectividades desarrolladas a lo largo de América y más adelante se revitalizó
en múltiples formas.
En rigor, dice
Carlos Vega (1947), el panorama de la música popular sudamericana gira, principalmente,
en torno a dos grandes cancioneros. El
occidental abarca toda la zona del pacifico, con Lima como principal centro
urbano de radiación; el oriental toma la franja del atlántico y es Río de
Janeiro que lo preside.
Esta tradición
oral española, asegura Consuelo Posada, moldeó los versos regionales cantados
en las colonias y sirvió de base a buena parte de la música popular
latinoamericana, aportando temas, moldes y formas estróficas. Los primeros
romances compuestos, en tierra americana, copiaron el estilo español y se
inspiraron en sus modelos. Las decimas, octavas, redondillas, coplas y los
versos octosílabos fueron suplantados durante las guerras de la independencia; pero, apareció de
nuevo a finales del siglo XIX, entre las clases de extracción campesina
(Posada: 1986).
La tradición del
romancero, en Colombia, se remonta a la época de la Conquista con figuras como
el poeta Juan de Castellanos y sus Elegías de varones ilustres de indias.
Después del
siglo XVII, la tradición colombiana del Romancero se halla, sobre todo, en el
campo del romance religioso, ya fuera en justas poéticas o en celebraciones
religiosas. La mayor recolección colombiana de romances y uno de los estudios
más importantes de América fue llevada a cabo por Gisela Beutler.
Los argumentos
de los entendidos en la región tienen distintos puntos de vista acerca del
tema. Para Julio Oñate Martínez (2003), la presencia de la décima, en el canto
vallenato, se dio en parte por a la influencia cubana, puesto que en esa
estructura estrófica eran compuestos los famosos puntos cubanos, llegados a la
radio de aquellos tiempos.
Tomás Darío
Gutiérrez (1992), declara que no se sabe ni cómo ni cuándo, la décima, una de
las tres formas de versificación española (corrido, cuarteta y décima), se
incorporó al canto de la costa Caribe colombiana.
En la región, la
Fundación del Festival de la Leyenda Vallenata, en concertación con el
Ministerio de Cultura realizaron, en abril de 2001, un foro internacional de
décima, en Valledupar. Al evento asistieron dignos representantes de España,
Colombia, Venezuela, México, Cuba y Puerto Rico.
La dinámica de
la décima en la región Caribe, cuenta con actividades en distintos puntos
geográficos:
Julio Oñate
Martínez destaca el esfuerzo del festival de la decima improvisada que se realiza en Campo de la Cruz
(Atlántico). La publicación de las decimas campesinas de viejos juglares, por
parte del Fondo Mixto de Cultura de Córdoba. El Cd Décimas al decimeros del poeta José Atuesta Mindiola, quien,
también, publicó, recientemente, el texto décimas
vallenatas. En el 2006, la
Gobernación del Cesar, con el apoyo del Observatorio del Caribe, publican un
artículo de consideraciones particulares sobre la decima como tradición
literaria musical en Atánquez, etc.
Como se puede
ver y coincidiendo con el parecer de María Cruz García de Enterría (1987), “el romancero ha resistido el paso del tiempo
precisamente por tener su origen primordial y su apoyo constante en la voz
colectiva del hombre. Contra esto no ha podido el cambio del gusto entre las
clases cultas que dejaron de interesarse por el romancero durante siglos; lo
único que provocó esto fue el silencio escrito que llamaríamos oficial,
mientras de forma escondida el canto y la transmisión oral del romance
continuaban”.
Ramón
Menéndez Pidal tenía razón, cuando afirmó: “la
tradición, como todo lo que vive, se transforma de continuo; vivir es variar”. La
música vallenata es una clara muestra de la afirmación de Pidal. En sus
procesos de negociación, esta música ha mostrado cuán dispuesta está a los
ajustes deparados por las circunatancias y el tiempo.
De acuerdo con
el nivel de análisis de lo observado o del observador, puede suceder que sobre
el elemento común, surja un elemento diferenciador. Por ejemplo: la música
vallenata, el tango, el corrido y el joropo se cantan, originalmente, en
español. Sin embargo, las variantes dialectales, generadas en los municipios
del sur de La Guajira y el norte del Cesar, -con ese gustillo
medio andaluz-
imprimen un bouquet único al canto vallenato y convierten a esta zona, en el
núcleo lingüístico del género en estudio. Es muy seguro que los elementos lingüísticos, empleados
para el canto del joropo, el tango o el corrido no llenan las expectativas para
el canto vallenato; no se ajustan a pesar de compartir el mismo idioma.
HABLA, CANTO Y VALORACIÓN AFECTIVA
En
estos momentos, cuando he argumentado la importancia del lenguaje como código común y a las distintas
estructuras o moldes del romancero acogidos para la estructuración del canto,
en gran parte de las músicas de la región latinoamericana, podemos, ahora,
referirnos a las particularidades regionales o locales.
En
el entorno, los provincianos, siempre, han gozado del reconocimiento
de atributos innatos para la música vallenata. En Riohacha, por lo general, se
ha escuchado, en las parrandas y fuera de ellas, que el vallenato interpretado
por ellos es otra cosa. Y aunque esta
afirmación nunca se acompaña de argumentos y explicaciones, es revalidada sin
objeciones.
En la región
Caribe, existen variados dialectos a través de los cuales, nos reconocemos y
distinguimos al momento de hablar. De hecho, en La Guajira, se puede apreciar
un variado mapa lingüístico que permite saber si somos del sur o del norte. Hay
casos tan particulares como el de Dibulla y La Punta de los Remedios: dos
pueblos costeros visibles el uno del otro; pero, muy distantes en su forma de
hablar.
En la Provincia,
se anidó un gustillo medio andaluz que, al interactuar con otros elementos
lingüísticos y culturales, generaron el bouquet
del canto vallenato. En esta zona, se conjugaron, como en ningún otro rincón,
las condiciones propicias donde se fundamentaron los rasgos diferenciadores de
la música vallenata: una variante dialectal en estado latente a la espera del
ejercicio profesional del canto, una pasión inigualable por contar, a través
del canto, sus costumbre y su cotidianidad, espacios de competencia por medio de
festivales de compositores, cantante y acordeón y unos niveles de consumo de
esta música con la cual, por momentos, hace pensar que es la única música existente.
Condiciones como
las anteriores llevaron a concluir a García de León:
“La
música en estas circunstancias no solamente es un vehículo de acompañamiento
sino un lenguaje dotado de una dinámica propia, que irá cimentando la
reproducción de lo cultural y que estará sujeta a cambios regionales, a
“variantes dialectales sonoras” claramente identificables”.
Aún
hoy, a pesar de la expansión del género y el surgimiento de cantantes, nacidos
en regiones distantes, la provincia
sigue siendo determinante. Jorge Celedón, Silvestre Dangond, Jean Carlos
Centeno, Jorge Oñate, Rafael Orozco, Silvio Brito, “Poncho” Zuleta, Alberto
“Beto” Zabaleta, Diomedes Días, etc., son oriundos de este núcleo dialectal o
su entorno cercano. La mayoría de instrumentistas que han generado frutos
pertenecen a esta zona.
Lo anterior no
implica que personas ajenas al núcleo puedan desempeñarse, de manera eficaz, en
el ejercicio del canto y la interpretación instrumental de la música vallenata.
De hecho, Guillermo Buitrago ha sido uno de los grandes difusores del
repertorio vallenato desde sus inicios como música comercial y no era de la región. Si bien su canto sabe más a trova antioqueña que a vallenato, aún hoy, goza del reconocimiento en la región, de manera
específica, en la época decembrina. En sus giras a la provincia, a principio de
los años 40, la gente lo recibía con
admiración y respeto; pero, además, se percataban de su gusto paisa para cantar
vallenatos y la gente expresaba “es tipo
toca raro…” (Edgar Caballero, 1999;
Héctor González, 2007).
Es posible que,
con el transcurrir del tiempo, la expansión del género y la apropiación de la música,
por parte de intérpretes de regiones distantes a su eje, dentro y fuera del
país, la música vallenata se entienda de otras maneras, con referentes distintos.
De hecho, ya eso
se vislumbra en distintos ámbitos. El Festival “Francisco el Hombre”, en
Riohacha, es muestra de ello. En este fantástico Festival, en su segunda
versión, participó el excelente grupo Tekupae de Venezuela, para el cual,
Carlos Vives es el referente de la música vallenata.
Esta fue una voz
de alerta de lo que podemos esperar a tiempos futuros donde, con seguridad, los
procesos de asimilación nos prepararán en su debido momento. Sin embargo, el
resto del mundo entendenderá que, para cantar con el bouquet de Diomedes Díaz,
es imposible si no se nace en La Junta y en el tiempo histórico.
Como punto
complementario y concluyente a estas
observaciones y antes de entrar al acordeón, elemento constitutivo del sistema,
quiero recordar que, paralelo a la música generada en esta región, también, se
ha creado una forma de bailarla. Indudablemente, este tema amerita otro espacio
de análisis e investigaciones más profundas; pero, es bueno tenerlo en cuenta
porque la danza o -baile- se
dice en la región, es uno de los grandes motivadores de esquemas rítmicos y
melódicos.
Recordemos que
el espacio creativo por excelencia de los grupos vallenatos es la misma
performance. Casi siempre, el acordeonista o el cantante se comportan de acuerdo
con el espíritu del público y no sólo lo realizado en la grabación; en otras
palabras, se aplica aquello de que: al
son que me toquen bailo o, lo contrario, al son que me bailen toco. Ellos hacen lectura de las emociones
de sus bailadores en las casetas, fiestas y conciertos.
EL ACORDEÓN
Lengua,
estructuras estróficas romancísticas, variantes dialectales nucleares y,
seguimos con el acordeón. Así va el
sistema.
El acordeón
puede ser abordado de distintas maneras. Cabría detallar su estructura mecánica
y evolución en el tiempo, al igual que la estructura musicológica; pero,
además, es analizable desde el lenguaje vallenato y, también, a partir del
oficio de un instrumentista.
En la sección que he dedicado al acordeón, serán explicadas sus estructuras. En
estos momentos, nos interesa, básicamente, ilustrar cómo se dieron los procesos
de creación, evolución e intercambio, en
la consolidación de un lenguaje alrededor del instrumento.
Para el logro de
una perspectiva analítica, equiparada con las contribuciones de cada
intérprete, el lector debe comprender que las argumentaciones musicológicas
pueden o no coincidir con las impresiones tenidas por lector o seguidor de uno
u otro intérprete. Dentro del mundo de la música popular-comercial, suelen
posicionarse al más alto nivel de consumo, cantantes con desastroso nivel de
afinación.
Estos niveles de
afinación que, en muchas ocasiones poco interazan al consumidor, son de vital
importancia para el análisis de las competencias profesionales, en el ambito
musical, aspectos eneludible a los músicos, cuando analizamos.
MOMENTOS
La
musicóloga Isabel Aretz, en su destacada labor investigativa, publicó una
síntesis de la etnomusica en americalatina.
Música precolombina, precortesiana y prehispánica son los términos usados
por ésta y otros autores para catalogar a las musicas practicadas por los
nativos, antes del descubrimiento.
En la ruta del
debate sobre las músicas populares, encontramos posiciones puristas muy bien
argumentadas y otras, solamente, apoyadas por la evocación o las preferencias
personales. En
el acercamiento a estas músicas de las etnias indígenas de la región,
sólo se encontró rasgos de confluencias musicológicas, en la base
rítmico-armónica del son chicote de
los Kankuamos y el son como una de las cuatro formas del género
vallenato. No hay manera de probar que tal coexistencia sea tomada una de la
otra. No obstante, me inclino a expresar: el son chicote es originario de los indígenas, por la característica
estructurante en su música. Con ello, no estoy afirmando que los músicos
vallenatos lo tomaron de la etnia relacionada.
La
existencia de muchas prácticas musicales en toda América antes de la llegada
del acordeón, es evidente. Al momento de su
llegada, otros instrumentos traídos del viejo continente eran usados para las
prácticas musicales: la guitarra, por ejemplo.
Aretz,
en su texto, menciona que los indios, de Cajica (Colombia), fueron los
primeros en aprender a leer por notas. Allí
mismo, Jose Hurtado (1578-1660) estableció una escuela del solfeo, la primera
que hubo en el nuevo reino y de la cual, salieron los maestros para las
misiones. Aretz, (1980:25)
La
invención del acordeón. Sus orígenes se relacionan con el
“Cheng”, órgano manual chino, que llegó a Europa en el siglo XVIII. Sin
embargo, el acordeón fue patentado el 6 de
mayo de 1829 por el austriaco Kiril Demian (Cyrille Damián), en unión de sus hijos
Karl y Guido.
Llagada
del acordeón a Colombia. No hay exactitud en la fecha de
llegada ni el puerto por donde entró este instrumento. Tomás Darío Gutiérrez
(1992:442), cree que, posiblemente, lo trajo, por primera vez a Colombia, José
León Carrillo Mindiola, quien viajó de Atánquez a España con intención de
sacerdocio. Al parecer, el acordeón le desvió su vocación seminarista. Gutiérrez,
además, comenta que, al regreso de Carrillo Mindiola, su alumno aventajado fue
Abraham Maestre quien, a la vez, en alguna ocasión, rivalizó con “Francisco el
Hombre”.
José León Carrillo
está dentro de los personajes pertenecientes a la primera generación o época de
la puya, uno de los cuatro períodos de la música vallenata, según este historiador.
El perído en mención incluye a los juglares nacidos, entre 1840 y 1890. Y en
cuanto a Ciro Quiroz, plantea la xistencia de otras versiones sobre la llegada
del acordeón; pero, igual, todas dejan margen de dudas.
Otro
momento.
De manera diacrónica, continúo a otro punto referenciado por varios autores. Se
trata del relato de Henri Candelier, en su libro Riohacha y los Indios
Guajiros. Esta referencia nos indica que, en 1890, el maridaje acordeón,
guacharaca y caja era un hecho; pero, como bien lo indica Héctor González
(2007), esta descripción no resuelve el interrogante de si la música interpretada,
en la escena descrita por Candelier, era vallenato.
Antes
de proseguir a otro momento, deseo comentar que la pregunta a resolver es saber
qué música trajeron los europeos y cuál, la encontrada a su arribo a tierras
americanas.
Hans
Federico Neuman y otros autores expresan que, en tiempos remotos, España
absorbió, ejercidas desde el exterior, las más disímiles influencias: así,
emigraron hacia ella o fue invadida, consecutivamente, por celtas,
griegos, fenicios, cartagineses, romanos, suevos, vándalos,
alnos, visigodos, judíos de la diáspora, bizantinos y musulmanes.
La
música profana española de fines del siglo XV y primera mitad del XVI se empezó
a conocer gracias a las investigaciones de Francisco Asenjo Barbieri, quien
edita, en 1890, su famoso y utilísimo Cancionero de los siglos XV y XVI; personaje
central circuido por grandes personajes Tomas Luis De Victoria.15.
El
repertorio de música vocal o instrumental, de incalculable importancia, en
América, durante la Conquista y la Colonia, es uno de los asuntos menos
investigados en la cultura de estas latitudes.
Numerosísimos
manuscritos y referencias de coros, organistas, instrumentistas en general,
maestros de capillas, directores de coros, constructores de instrumentos, sobre
reglamentos de asociaciones musicales; en fin, testimonios de enorme
importancia atinentes a los músicos y a la música de la época, reposan desde
hace más de cuatro centurias en los empolvados archivos de las catedrales,
iglesias pueblerinas y en las bibliotecas públicas.
También,
anotemos que a estas latitudes, llegaron valiosísimos libros de música, de los
cuales, algunos todavía se conservan. La ciudad de Santa Fe de Bogotá, durante
la época colonial, constituyó un verdadero emporio de la música, a la par de
Lima y Sucre. Las tres fueron grandes centros del arte musical
hispanoamericano. Pese a lo anterior, en la región nuclear de la música
vallenata, no se goza de registros que ayuden a un proceso de articulación de
este legado y el lenguaje del acordeón.
Para resolver
esta enigmática situación, una buena alternativa es tratar de responder algunos
interrogantes como: ¿hubo escuelas de enseñanza para aprendizaje del acordeón?
¿Existieron acordeoneros europeos en la región? ¿Aprendieron algunos de juglares
la técnica instrumental, viendo a músicos del extranjero? ¿Nuestros juglares
interpretaban aires europeos por que los vieron a ellos hacerlo en el acordeón
o, simplemente, ellos adaptaron estos ritmos a este instrumento? ¿Existían
métodos de acordeón? ¿Vinieron acordeonistas europeos que tocaban músicas
originarias de sus distintas procedencias?
Intentar solucionar
estos interrogantes puede ser de mucha ayuda. Seguramente, no encontremos pruebas
documentales para la gran mayoría de ellos; pero, aún así, la búsqueda nos
permitirá descubrir o deducir de cuáles alternativas, se valieron nuestros
juglares para su proceso de aprendizaje.
Revisada la
bibliografía, se encontró que la región adoleció de escuelas como espacios
formales para la enseñanza del acordeón. A excepción del cabuno Hernando
Rivero, se desconoce a otro extranjero
como intérprete de este instrumento, menos pruebas, en donde los acordeoneros,
de esta región, adquirieran procesos técnicos interpretativos de músicos
europeos y, tampoco, un método para tocar el acordeón. En cambio, existen testimonios de la familia
como espacios naturales para el aprendizaje del acordeón.
Hay evidencias de
acordeonistas nativos, interpretando los géneros musicales: valses, fox tros y
otros ritmos. Gonzalez (81). Tomás Dario. Seguramente, los acordeoneros adaptaban estas
músicas a su acordeón y no la aprendieron de músicos europeos por imitación
visual sino auditiva.
Es de suma
importancia entender que en los primeros años de la década de los treintas, el
nivel técnico interpretativo era precario. Algunas de estas razones obedecen a
la misma evolución del acordeón. Otras están relacionadas con la madurez del
lenguaje musicológico y la técnica interpretativa que, para entonces, era
naciente. Lo cual ocurría con la música vallenata y con otras manifestaciones
musicales en la región.
Fiestas,
grabaciones, festivales y reuniones familiares fueron los espacios naturales
para los procesos de aprendizaje instrumental que dieron surgimiento a estos lenguajes
sólidos que se beneficiaron y expandieron más rápido con la aparición de la
radio.
En la sección
musicológica, el lector podrá enterarse de las características musicológicas de
estilos y escuelas que, junto a la genialidad de sus creadores y a la lectura
perfecta de intérpretes, lograron posicionarse como estructurantes del acordeón
vallenato.
Otros momentos
La
inclusión del bajo. Distintos autores concuerdan que fue
Alfredo Gurtiérrez quien, en los años sesenta, incluyó, por primera vez, el
bajo electrónico, en las grabaciones.
El bajista de
esta agrupación era el samario Cristóbal García, apodado “Calilla”. Las gestas
de este excepcional músico ameritan un trabajo de análisis distinto a lo
pretendido en el texto.
En cuanto al
tema, Héctor González señala lo siguiente: antes de la inclusión del bajo
eléctrico hay que resaltar dos aspectos que
sirvieron, de alguna manera, de preámbulo a las bases rítmico-armónicas,
establecidas por el bajo eléctrico: la base acompañante de la guitarra y el
contrabajo.
Lo importante a
destacar, en la inclusión del bajo eléctrico, son las estructuras o patrones
generados por músicos locales como Rangel Torres y José Vásquez, musicos creadores
de un lenguaje o estilo de “bajo vallenato”. Ambos aportes serán explicados desde
la musicología.
La
base acompañante de la guitarra. Creo que las bases acompañantes
de los cuatro aires, sobre todo, paseo y merengue, son variantes de una
herencia común, cuyo origen es de compleja exactitud; cada región le imprime
particularidades que las definen y las diferencian.
La forma rítmica-armonica
de la guitarra, usada para acompañar el paseo vallenato, es la misma para acompañar
la Cacharpaya, en Bolivia; el Son, en Cuba; el Calipso, en San Andrés, algunos
de los temas del nuevo flamenco de Otmar Libert, etc,. Similarmente, ocurre
con el merengue, el bambuco, y otros ritmos a seis octavos, en el continente.
Las
grabaciones
En 1877, Thomas
Alva Edinson (1847- 1931) entonó la canción infantil “Mary had a little lamb”, utilizando un aparato similar; pero, fue hasta el 19
de febrero de 1878, cuando patentó el fonógrafo: un aparato que grababa y
reproducía, mecánicamente, el sonido sobre un cilindro de estaño.
Ante las
deficiencias técnicas, en 1888, Edison sustituyó
el cilindro de estaño por uno de cera dura, alimentado con pilas y un año
siguiente, inició la comercialización de las primeras grabaciones. Se aclara
que en estos primitivos antecedentes del disco se fabricaban uno a uno. La
producción en serie comenzó en 1901…..
Reitero que en
el ejercicio de análisis, basado en las grabaciones, pueden quedar excluidos
ciertos músicos con valiosos aportes que, por distintas circunstancias, no
llegaron al acetato. Quizás, el más afectado sea Francisco Irenio Bolaño
Marshall, acordeonero, nacido en El Molino, a quien se le atribuye la creación
de los patrones rítmico-armónicos de la mano izquierda.
Infortunadamente,
los testimonios bibliográficos, alrededor de este personaje, no son suficientes,
debido a que el análisis debe estar soportado por las grabaciones para determinar
sus reales aportes.
La
primera grabación. La
aceptación que la primera grabación de música vallenata ocurrió en 1944, es
general. En este acetato de 78 revoluciones por minutos, se incluyen dos
paseos: “las cosas de las mujeres” y “pobre negra mía”, interpretadas por Abel
Antonio Villa. Para mayor detalle ver, Julio Oñate Martínez (2003:309).
La
aparición del patriarca. Desde la musicología, ninguna figura,
en la historia de la música vallenata, ha sido más influyente que Luis Enrique
Martínez. Este fenomenal músico representa,
para el vallenato, lo que Joseito Romero o Félix Pérez Cardozo para, la música
llanera y la guaraní, respectivamente: la estructura musicológica del instrumento
líder.
Lo expresado es
el punto de referencia para indagar el pasado y organizar, desde la musicología,
a esta música a partir de las grabaciones.
Llegar a esta conclusión no hubiese sido posible sin el generoso apoyo
de los coleccionistas Julio Oñate Martínez y Oswaldo Sarmiento quienes me
proporcionaron la discografía suficiente para el análisis de su obra.
La anterior
aseveración se reafirma con lo referido por Israel Romero, uno de los más
grandes acordeonistas de todos los tiempos quien, en un artículo publicado en
la revista Romancero número 4 de 1997 escribió: “…La forma de tocar el acordeón cambio dramáticamente con el trabajo de
tres figuras. Primero, Luis Enrique Martínez descubrió “las otras hileras”,
inventó “los transportes, los
acompañamientos, los avisos y las introducciones”,
y mejoro la armonización entre bajos y altos. Con Alfredo Gutiérrez nace la
visión empresarial y el lirismo en el acordeón. Emilianito Zuleta Díaz enseñó
que se podía ser muy creativo sin dejar de ser vallenato…”
La declaración
del genial Israel Romero ratifica la importancia fundacional del lenguaje del
acordeón por parte del “Pollo Vallenato”. En la sección musicológica explicaré cada
uno de los términos usados por el “Pollo Irra” para indicar los aportes de Luis
Enrique Martínez.
Ante la magnitud
y grandeza de la obra de ciertos artistas que por distintas causas no se
dimensionaron en sus tiempos, la mirada retrospectiva se ha visto obligada a
recomponer la verdadera ubicación del legado. Esto ha sucedido, incluso, con la
obra de algunos personajes centrales de la música clásica. Un ejemplo de ello
es el caso de de Juan Sebastián Bach, la figura más representativa del Barroco,
de quien Jacinto torres (2004: 172), expresa lo que sigue:
“Bach
no fue músico excesivamente famoso en su época. Fue conocido en los círculos
profesionales de su país, pero no en toda Europa. Hasta casi un siglo después
de su muerte no empezaría a ser conocido y admirado. Desde entonces para muchos
músicos Bach es el mayor compositor de su tiempo y, posiblemente de toda la
historia de la música.”
El acordeón es determinante
para la música vallenata y, guardando las proporciones, Luis Enrique Martínez
es al vallenato lo que Juan Sebastián Bach fue, al Barroco: su síntesis. Ambos
tienen una historia parecida. Técnica y estilísticamente estuvieron lejos de
sus contemporáneos.
El virtuosismo técnico de Luis Enrique
Martínez sólo pudo ser superado con la aparición de uno de los más grandes
acordeonero de las músicas del Caribe: Alfredo Gutiérrez; pero, de manera
irónica, hasta el mismísimo Alfredo debió
matricularse en el estilo de Luis Enrique para llegar a coronarse como rey
vallenato.
Hasta aquí, se
han examinado ciertos elementos característicos relevantes de la música
vallenata de manera independiente o reduccionista. Por la magnitud del tema, es
indiscutible la omisión de detalles que, para otros observadores, podrían ser
de mucha más relevancia. Temas, como la guacharaca y la caja, de obligatoria
inclusión, los abordo la sección musicológica.
Ahora, pasemos a
considerar la creación colectiva que, en esta música, se desarrolla, principalmente,
en las grabaciones y en la perfomance. Para esta música, son fundamentales los
vínculos sociales dados en las casetas, fiestas familiares, parrandas y
conciertos como verdaderos enclaves de creación. Las emociones que imprimen los
seguidores a las agrupaciones resultan esenciales para el desempeño de los
grupos. En este sentido, la fanaticada se convierte en constructor del discurso
musical.
Al observar la
conducta de los integrantes de las agrupaciones en la performance es apreciable
que mucho de los ensambles se dan en el curso de la interpretación. En otras
palabras, la construcción con anticipación de un libreto se revierte con gran
facilidad para dar paso a lo que el momento requiere.
De esta manera,
los procesos de creación y aprobación de un patrón del bajo en ocasiones son resultado de un diálogo con la caja, el
acordeón, la guacharaca o el baile en la performance, la cual se convierte en
el espacio ideal de aprobación y creación más que el estudio personal.
En esta música
la construcción repentista y colectiva es tan fuerte que menos distancia entre
los miembros del grupo genera más seguridad interpretativa. La cercanía de los
músicos vallenatos está por encima de lo estético, en la distribución en
tarima.
Para una mejor
comprensión de esta música es básico esforzarse para entenderla a partir de la
suma de sus partes; es decir, comprenderla desde sus rutas de enlaces,
interacciones, intercambios, uniones y, por supuesto, hibridaciones con otras
músicas y culturas.
COMPLEMENTARIEDAD
Al
adentrarse en los terrenos confusos de las relaciones interculturales, surge, inmediatamente,
una serie de interrogantes. El primero de ellos y, quizás, el más complejo de
resolver, es por qué motivo y bajo qué circunstancias se crea una conciencia
colectiva sobre determinadas preferencias. ¿Por qué el acordeón? ¿Por qué la
unión de esa famosa cuadrifonía: canto, caja, guachara y acordeón? ¿Cuáles
fueron las causas de esta junta?
Las respuestas a
estos interrogantes pueden ser múltiples y sería buena temática de
investigación. No obstante, el interés de esta juntura se centra en lo que ella
significa por su uso cotidiano y no en las causas que conllevaron a la
conformación de este formato sonoro.
Además, es importante verlo de manera complementaria porque existen
rasgos dentro de la música vallenata, germinadas de los procesos de mixturas y
no sólo de las acciones particulares.
Durkheim
recuerda que:
“La
dureza del bronce no está ni en el cobre, ni en el estaño, ni en el plomo que
han servido para formarlo y que son cuerpos blandos o flexibles; está en su
mezcla”.
Existen
sonoridades y emociones que no se dan con el acordeón, si no está acompañada de
la caja y la guacharaca. ¡Cuánto cambia el formato típico (caja, guacharaca y
acordeón), cuando le agregamos una guitarra acompañante! En algunas situaciones,
esta música sólo es concebible en su complementariedad. De ella, surgen
sonoridades fluctuantes que no se dan con los instrumentos de manera
independiente y por fluctuantes son de complejo análisis.
Afortunadamente,
en tiempos recientes, se ha despertado un marcado interés en distintas áreas
del conocimiento para mejores formas de acercamiento a este
enmarañado
tema. Y, hoy, contamos con una serie de vocablos y visiones que favorecen el
análisis y entendimiento de estas
dinámicas.
En el
camino de estas argumentaciones y para continuar con el tema de la
complementariedad, son admisibles, para el debate, los conceptos y las
definiciones a las que recurre Néstor García Canclini para afinar y aplicar a
sus propósitos de lo que él entiende por hibridación.
Para
Canclini, los antecedentes de este tema existen desde el momento cuando comenzaron
los intercambios entre las sociedades; pero, cabe resaltar que en la década
final del siglo XX, se extiende el análisis de la hibridación para describir
procesos interétnicos, globalizadores, viajes y cruces de fronteras, fusiones
artísticas, gastronómicas, etc.
Según
el autor en cita, el profuso empleo del termino hibridación favorece que se le
asignen significados discordantes y, además, perdió univocidad. De ahí, algunos
prefieren los términos: sincretismo,
en cuestiones religiosas; mestizaje, en historia y antropología y fusión, en música.
Los
aportes de Margareth Kartomi (2001) son, también, notables, al señalar que las
referencias a las relaciones musicales entre las culturas discurrían sobre los
imperios coloniales, en Asia y África y el sistema colonial interno de las
Américas, en un ambiente de frecuentes prejuicios etnocétricos.
Kartomi
extrae una amplia lista de expresiones de numerosos artículos de prensa,
publicaciones de misioneros y trabajos de estudiosos, especialmente, antes de
la segunda Guerra Mundial, indicando que, a menudo, se distinguía entre
géneros “puros, tradicionales” y géneros “híbridos”[1].
En
tecera acción, Kartomi asume una actitud crítica debido a que algunas
expresiones como “fertilización cruzada”, “hibrido”, “criollo”, “mestizo” y
“mulato”, son relacionadas en su significación con actitudes negativas de cría
ilícita y relaciones interraciales, lo cual conlleva implicaciones peyorativas.
Ella
considera que:
“Podría
defenderse el uso del término “música híbrida” a la luz de la analogía con
ganadería y agricultura, donde a menudo se mezclan razas para crear una “fuerza
hibrida” que opere en el mejoramiento de los progenitores; pero en la
literatura no ha sido habitual acentuar la posible “fuerza hibrida” de esas
músicas, sino más bien lo contrario, y la “música hibrida” ha mantenido sus
connotaciones negativas”.
Además
de lo anterior, para Kartomi, los terminos “híbridos”, “criollos” y otros
similares distraen la atención hacia los antepasados más que sobre el resultado
musical y esto da pie para ser criticados como incompletos. Se adiciona que el
término “aculturación”, a pesar de ser moderno, cuenta con una historia de
significados contradictorios asociados y, según Herskovits, desde su primera
aparición, impresa en 1880, dio muestras de variados y conflictivos
significados.
Kartomi
siente que hemos sufrido, durante demasiado tiempo, las desventajas de
definiciones ambiguas y que la confusión terminológica implica trabajar en un
estado de confusión teórica.
Bajo
la visión de Kartomi, el término más aceptable para indicar el ciclo completo
de procesos musicales positivos desencadenados por el contacto cultural es “transculturación
musical”. Dice:
“La
expresión no carga con una historia etimológica confusa o etnocéntrica, ni está
orientada hacia la unión de cultura progenitoras del producto musical. Los
términos muy similares síntesis musical y sincretismo musical también son razonablemente
aceptables”.
Más
adelante sugiere:
“los términos
“transculturación”, “síntesis” y “sincretismo”
deberían ser aplicados, entonces, solo a los procesos de contacto
intercultural, y no a los distintos
tipos de consecuencias de los mismos”.
Después
de esta sugerencia, manifiesta la necesidad de recurrir a expresiones para
describir los distintos resultados de dichos procesos. En este empeño, acude a
ciertas categorías proporcionadas, algunas de ellas, por Bruno Nettl, no sin
antes aclarar que es imposible presentar una lista completa de las eventuales
respuestas al contacto intercultural por la amplitud de las variables.
La
lista incluye:
·
Rechazo virtual de una música impuesta.
·
Transferencia de rasgos musicales discretos.
·
Coexistencia plural de músicas.
·
Revival musical nativista.
·
Abandono musical y
·
Empobrecimiento musical.
Las
dos últimas categorías: abandono y empobrecimiento son elegidas de la lista de
Nettl, a las cuales, Kartomi aporta varias
ideas.
Para
continuar el intento de lista de términos y visiones tendientes a entender las
interrelaciones musicales o para ampliar nuestro estado de confusión teórica,
como lo anota Kartomi, pasemos, ahora, a la visión que tiene uno de los más
destacados y controvertidos musicólogos del mundo Caribe: Leonardo Acosta.
Este
cubano se atrevió a tocar a los intocables en su libro: “Otra visión de la música
popular cubana”, donde describe, de manera detallada, los influjos
sucedidos entre dos naciones.
En
el capítulo o ensayo titulado “Interinfluencias
y confluencias entre la música de Cuba y los Estados Unidos”, Acosta divulga que las relaciones fueron de
tal magnitud, que resulta imposible historiar una sin, al menos, mencionar la otra.
Leonaro Acosta
señala argumentos para evitar el encasillamiento genérico en una música donde
se suele mezclar géneros y estilos. Hace énfasis en las raíces comunes de esta
música y las cataloga como panafrocaribeñas, indicando que Cuba no está asilada
de su entorno geográfico y cultural, ni posee el monopolio de la creación musical
en la región.
Acosta sugiere
que en el campo de la investigación de estas músicas, además de los procesos de
intercambios o interinfluencias, debemos tener en cuenta otros dos fenómenos. Para
este autor, la existencia de raíces
comunes y un innegable paralelismo,
en el desarrollo de las formas musicales,
en los países de la región, nos permite hablar de confluencias más que de
influencias.
El paralelismo
entre las expresiones musicales de Cuba y Estados Unidos es ubicado, por Acosta,
en tres ámbitos:
Primero, el
cuantioso número de músicos de jazz, salido de las brass bands de Nueva Orleans
y en Cuba las Bandas Militares de los Batallones de Pardos y Morenos,
organizado por el gobierno colonial.
Segundo, el
formato, ambas empleaban instrumentos de viento como el cornetín, el clarinete,
el trombón y un instrumento principal de percusión.
Un tercer
paralelismo puede hallarse en la evolución del son y los blues, en un principio
rural y luego urbano.
La facilidad
con la cual, se mezclan estas músicas es debido a la existencia de raíces
comunes en los patrones rítmicos y otros rasgos melódicos, armónicos y
tímbricos.
Las
perspectivas mencionadas hasta aquí son, en buena parte, el conjunto de
alternativas; a ellas, podemos recurrir para un mejor entendimiento de la
complementariedad. Sumado a éstas, Garciandía Imaz, en su síntesis, plantea que
dentro de la propuesta de estructura y organización de un sistema, se incluyan
otros aspectos como: el antagonismo y
la síntesis.
Dentro
de un proceso de complementariedad, existen fuerzas en oposición a esa
atracción complementaria de las partes. Garciandía dice:
“De
hecho, éstas antes de formar parte de un todo organizado debieron luchar contra
unas fuerzas que tienden a separarlas, mediante el rechazo excluyente. Estas
fuerzas de exclusión y repulsión están presentes en todo sistema, sólo que para
que el sistema sea posible habrán de ser
sometidas de alguna manera, pues, de lo contrario, acabarían con la unidad
global.
En
los sistemas sucede que la complementariedad y el antagonismo son precisamente
aquello que permite el logro del equilibrio organizador que está mediado por un
mayor predominio de las fuerzas complementarias, cosa que es apenas lógica.
Según Morin,
citado por Garciandía, habría, al menos, tres niveles de antagonismos: Nivel de uniones e integraciones, nivel de
organización de diferencias y diversidad y nivel de la complejidad de las
organizaciones. La interacción dinámica, sometida al fenómeno del cambio,
es lo que permite la articulación entre las complementariedades y los
antagonismos a través de un esfuerzo de síntesis.
La lista
ejemplificada de algunos términos propuestos en el texto pensar sistémico podría ser de mucha utilidad: interacciones, combinaciones, uniones,
asociaciones.
Todo
lo señalado hasta el momento es útil para el análisis de los procesos de
confluencia, intercambio y creación en la música vallenata.
EMERGENCIAS
VALLENATAS
Según el pensar
sistémico, para un observador, el sistema puede enfocarse de dos maneras: por la
perspectiva del todo o bien desde la perspectiva de las partes.
Desde la
percepción del todo, se obtienen una visión donde resaltan la unidad, la
uniformidad y la homogeneidad. El sistema es una unidad múltiple compleja de
donde, finalmente, de las relaciones y como producto de la organización del
todo, emergen cualidades, propiedades
y disposiciones nuevas, características y propias de ese sistema.
En el sistema
musical vallenato han existido rasgos fuertes y determinantes en ciertos
periodos; pero, luego desaparecen o se excluyen de ciertos roles. Los sistemas nacen en, por y para
interacciones e interrelaciones. Sin
embargo, algunos rasgos se mantienen en el tiempo como fuerzas homeostáticas
que han mantenido el equilibrado en un contexto cambiante. Así, lo creen Hugues
Dufourt (Imberty) y García de León (2XXX, 53), al considerar:
“La
percepción necesita elementos bien diferenciados, susceptibles de configurar
relaciones funcionales. Ella requiere también que se mantengan ciertas
invariancias en el seno de las transformaciones que experimenta el sistema”.
Hoy, estas
fuerzas o invariancias son el sostén de un lenguaje que tiene protagonistas,
creadores, consumidores, defensores y hasta detractores. Tales fuerzas poseen más
valor en la medida, en la cual, según afirma Pierre Boulez (2001):
“La evolución sigue una pendiente cada vez más rápida, que todo el
mundo se sofoca persiguiendo la novedad, mientras que antes la gente se
contentaba durante más tiempo con un lenguaje que había llegado a un cierto
estadio de su desarrollo y la originalidad, dentro de ciertas convenciones,
venia por añadidura.”
Una
pregunta surgida de la anterior cita es: ¿Cuál es ese lenguaje que ha logrado originalidad
y cierto nivel de desarrollo y qué lo originó? o ¿qué ha emergido del flujo de
interacciones, uniones, asociaciones y combinaciones?
En el caso de la
música vallenata, las respuestas a las emergencias son más factibles que las relaciondas
con los orígenes. Para lograr ciertos niveles de desarrollo, en los lenguajes
artísticos y tradiciones culturales, debe existir una sociedad volcada alrededor de una actividad. Históricamente,
ha sido así.
Desde hace
muchos años, La Guajira y el Cesar se convirtieron en el enclave de esta
música. Hoy, después de un sin número de piquerías, parrandas, casetas y
conciertos, se cuenta con un lenguaje sólido y maduro en variados aspectos; pero,
falta por recorrer, sobre todo, en los temas de carácter académico y de ciencia
con conciencia como lo diría Morin.
De la zona, emergió
un sistema musical que ha sabido surcar el camino de la complementariedad. En la
ruta, han tenido validez ciertos visos sonoros, venidos de cerca y de lejos.
Algunos se quedan; otros se van y unos teceros se usan y se transforman; en
otras palabras, se vallenatizan.
El Vallenato no ha
sido sordo y ni ciego como para no construirse con la ayuda de su entorno. La
música vallenata se esfuerza por gustar a todos y, en ocasiones, se desvía;
pero, siempre, retoma su hilo continuador. Esta música no ha sido ingenua,
entiende los tiempos y los usa. Por esto, Jesús Martin Barbero cataloga al
vallenato como: “la arena cultural donde
se redefine el país”.
En la
actualidad, se cuenta con un sistema musical construido a través de festivales,
parrandas y grabaciones que ha exigido, a sus creadores, la búsqueda de una
identidad. Entonces, podemos resaltar dos grandes emergencias. Primera: la
instrumental, liderada por los distintos estilos del lenguaje del acordeón,
complementado por la caja, la guacharaca, las congas, la guitarra y el bajo.
La síntesis de
este lenguaje instrumental es apreciable en proyectos como el CD Juglares que
grabara Iván Villazon y Saul Lalleman o Vallenato Maduro, grabado por Villazon;
pero, con el acompañamiento del acordeonista “Chema” Ramos.
En estos
proyectos fonográficos, se concentran las esencias de aquellos estilos que,
inclusive, por razones inexplicables, se convirtieron en las preferidas de
músicos y consumidores, sobre todas, las originadas por Luis Enrique Martínez y,
en menos proporción, Alejo Duran, Alfredo Gutiérrez, Juancho Polo, Emilianito
Zuleta Baquero y otros.
Segunda: la
emergencia vocal, surgida de las variantes dialectales, generadas en los
municipios del sur de La Guajira y el norte del Cesar, -con ese gustillo
medio andaluz- que imprimen un bouquet único al canto
vallenato y convierten a esta zona en el núcleo lingüístico de este género
musical. Muy, seguramente, los elementos lingüísticos empleados para el canto
del joropo, el tango o el corrido no llenan las expectativas para el canto
vallenato. No se ajustan a pesar de compartir el mismo idioma.
Lo
anterior nos lleva a concluir que el vallenato
es la particularización de elementos propios,
otros que llegan y unos teceros que emergen. Todo esto en un constante
intercambio, atemperado en distancia y tiempo.